DECISIÓN EQUIVOCADA

08.08.2019 20:39

 

Anochecía y la sirena abierta de la ambulancia, advertía su urgencia a los demás conductores; se movía peligrosamente entre vehículos que disminuían la marcha y le cedían el paso. A pesar de que en su interior el sonido era ensordecedor, los oídos de la persona que era trasladada no llegaban a escuchar nada; un médico y un enfermero intentaban mantenerla con vida, luego de hacer su segundo paro cardio respiratorio en menos de 15 minutos; habían logrado reanimarla en su casa después de 10 minutos de masaje cardíaco, pero esta vez, no conseguían hacer que su corazón respondiera a los estímulos que le estaban aplicando  - Apurate Juan que la perdemos.... – Le gritó el médico al conductor, como si el pobre Juan no estuviera haciendo su mejor esfuerzo. Mientras conducía a toda velocidad, alertaba por radio al centro asistencial sobre el estado crítico de la paciente.

 

Esa mañana...

Sonia apagó el despertador a las 7 como todos los días; levantarse, ir al baño y preparar el desayuno para ella y su hija, era la rutina diaria a la que estaba acostumbrada.
Con 68 años, Sonia estaba jubilada y era viuda del padre de sus dos únicas hijas, Inés y Susana. La hija soltera que vivía con ella era Susana, una joven tímida y problemática, que siempre había sido sobre protegida por su madre.
Luego de desayunar, Susana dejó su casa rumbo a la oficina y Sonia se dispuso a realizar las tareas de la casa. A media mañana, cuando se disponía a limpiar el piso de la sala; de pronto y sin motivo aparente, Sonia perdió el equilibrio y calló estrepitosamente al suelo. El sonido que se escuchó al partirse el fémur fue impresionante; el dolor era tan intenso que casi le hizo perder el sentido; el frío que transmitía la cerámica del piso a su cara adormecida, parecía querer hacerla reaccionar; a medida que pasaban los segundos y su cuerpo recuperaba el sentido, el dolor en su pierna se volvía insoportable.
Pidió a gritos ayuda, pero fue en vano, nadie lograba escucharla. Sola, tendida en el piso y sin saber la verdadera magnitud de su lesión, trató de incorporarse; al mover parte de su cuerpo, el dolor que le producía el hueso partido incrustándose y desgarrando la carne de su pierna, le impidió continuar con su desesperado intento.
Frente a ella, a pocos metros, estaba la puerta de calle. Como era costumbre, cerrada; como ella misma decía – Si me roban lo poco que tengo, no lo puedo reponer mas... – Un poco mas alejado pero también inaccesible en su condición, el teléfono.
A punto de desfallecer, sabía que lo único que le quedaba por hacer, era intentar llegar a la puerta y pedir ayuda. Poco a poco, ayudada por codos y manos, soportando el dolor que significaba cada centímetro que recorría su cuerpo sobre la fría cerámica de la sala; comenzó a recorrer la distancia que la separaba de la única posibilidad de recibir ayuda; eran apenas dos metros, pero en su estado, parecían muchos mas.
Pasaron veinte minutos interminables antes de lograr tener la puerta al alcance de su mano; pero ahora debía llegar hasta la llave y abrirla, otro tremendo desafío en su delicada condición. Intentando mover lo menos posible la mitad inferior de su cuerpo, logró incorporarse hasta quedar sentada contra la pared.
A pesar del intenso dolor, que le hacían presagiar la magnitud de su lesión, ese fue el primer momento en que tomó conciencia de la gravedad de la misma, al ver su pierna derecha doblada a la mitad del muslo, con una protuberancia que parecía querer atravesar el pantalón que llevaba puesto.
Luego de tomar con ambas manos la pierna lastimada y soportando el dolor, llevarla hasta una posición casi de normalidad, trató de llegar a la llave; luego del primer intento fallido, logró girarla y hacer que la cerradura abriera.
Su corazón latía muy acelerado y su respiración era dificultosa; después de descansar por unos instantes, sabía que debía retirarse y salir de su posición para poder abrir la puerta. Fue deslizando su tronco contra la pared, centímetro a centímetro, para luego tomar su pierna y alinearla a él; repitió el procedimiento varias veces, hasta que su cuerpo quedó fuera del radio de abertura de la puerta; estiró su mano derecha y por fin logró abrirla; la movió con suavidad hasta el lugar donde estaba su pierna, lo que le dejaba un estrecho ángulo por el que podía ver parte del jardín y la calle; eso le daba la posibilidad de conseguir ayuda.
El sol del mediodía dio de lleno en sus ojos; exhausta y dolorida, intentó un pedido de auxilio que no fue suficiente para que sus vecinos lo escucharan; el dolor la doblegaba, el simple hecho de gritar, hacía que su sufrimiento fuera insoportable.
Dos hombres pasaban por la vereda y los quejidos llamaron su atención; recostado contra la pared, el tronco del cuerpo de Sonia apenas asomaba por la abertura de la puerta.
Antes de perder el conocimiento, Sonia sintió alivio al ver que uno de los hombres entraba a su jardín - ¿Está sola señora?... – Fue lo último que escuchó.
El hombre que ya estaba inclinado a su lado, mira al otro y le dice – Se desmayó...
Cuando recobró el conocimiento, Susana estaba a su lado tomándole la mano – Tranquila mamá, ya viene la ambulancia... – Le dijo llorando, mientras el sonido de las sirenas retumbaba en sus oídos.

 

Cinco horas antes...

- Se desmayó...
- Dale boludo, revisá a ver si la vieja está sola.., yo me quedo acá... – Le contestó el otro, quedándose afuera.
El hombre recorrió la casa y luego de asegurarse de que no había nadie mas que aquella pobre mujer, avisó al otro para que entrara – No me gusta nada esto Julio..., la vieja parece muerta... – Comentó asustado el mas joven.
- No ves que sos un boludo..., es nuestra oportunidad de conseguir guita para la merca y a vos se te despierta el bueno...
Los hermanos Julio y Daniel Gimenez, eran dos conocidos delincuentes que días antes habían fugado del penal de Libertad. A pesar de su juventud, contaban con varios antecedentes por hurto y otros tantos por venta y consumo de drogas; Julio era el mayor y el que había iniciado a su hermano en el ambiente delictivo, siempre buscando dinero fácil para poder financiar su adicción a las drogas. 
Julio y Daniel revisaban cada rincón de la casa en busca de dinero, cuando el sonido de la llave en la cerradura del frente, les dio el alerta de que alguien llegaba. 
Cuando Susana abre la puerta, con lo primero que se encuentra es con el cuerpo de su madre – Mamá!!!! 
Intentó hacerla reaccionar, pero al ver que no obtenía resultado, corrió al teléfono para llamar a Emergencias. En el instante en que se dispone a marcar el 911, sin darle tiempo a nada, los dos hombre se abalanzaron sobre ella; mientras Daniel la toma por la espalda y le tapaba la boca para evitar que grite, Julio le quitó el tubo de la mano, levantó el aparato telefónico y arrancó la conexión de la pared.
Daniel intentaba calmar a Susana que se desesperaba tratando soltarse de su captor; Julio sacó un enorme cuchillo de su cintura y la amenazó con él; poco a poco la chica trató de controlarse hasta que logró dominar su pánico y dejó de forcejear con Daniel.
Julio volvió a poner el cuchillo en su cintura y tomó la cartera que la chica había dejado caer momentos antes - Donde tenés la plata... – Preguntaba desesperado el desagradable sujeto, mientras desparramaba todo el contenido de la cartera sobre una pequeña mesa.
Entre las cosas que cayeron, se encontraban dos cajas de sicofármacos que Susana había retirado minutos antes y que utilizaba desde hacía algún tiempo, para tratar su depresión.
- ¿Qué es esto?... – Le preguntó a Susana.
Luego de advertirle que no gritara, Daniel saca su mano de la boca de Susana para que pueda contestar la pregunta de su hermano; Julio le muestra las cajas y vuelve a preguntar - ¿Para qué son?...
Entonces, Susana suplica desesperada que se lleven todo lo que quieran, pero que se vayan y así poder llamar a Emergencias para que atiendan a su madre; Julio la toma del cabello y le dice - Me importa un carajo tu madre... - Poniendo las cajas contra la cara de Susana, insiste – ...decíme para qué son estos...
Cuando le explica que son sicofármacos, Julio sabe que, de alguna manera, aquel medicamento le iba a servir para lo que quería y a esa altura, estaba necesitando; drogarse.
Haciendo caso omiso a las desesperadas súplicas de Susana por su madre, Julio  desarmaba las cápsulas y ponía su contenido en un pequeño cenicero; se lo veía cada vez mas nervioso y con el paso de los minutos, las manos le empezaron a temblar por la falta de droga en su organismo.
Luego de atar y amordazar a Susana, Daniel le pregunta a su hermano que hace con Sonia – Olvidáte de la vieja, está muerta...
Cuando terminó de vaciar la última cápsula, Julio comenzó a inhalar con desesperación la pasta que había hecho; la potente droga no tardó en hacer efecto y de inmediato comenzó a sentirse adormilado y mejor. Con menos ansiedad, Daniel también probó aquella mezcla.
Julio siguió inhalando y a los pocos minutos, pasó de su casi pérdida de conciencia a un estado de euforia incontrolable; su hermano Daniel le sugirió – Vamos Julio..., va a venir alguien...
Julio se acercó tambaleante a Susana, ella lloraba desesperada mientras permanecía inmóvil, atada de pies y manos, con un pañuelo en su boca – Pará hermanito..., vamos a divertirnos un poco...
Daniel parecía no escucharlo, la droga que habían fabricado con su hermano fue muy fuerte para él y luego de la última inhalación, dio un par de pasos y cayó desvanecido.
Por la fuerza Julio arrastró a Susana hasta el dormitorio, la tiró sobre la cama y sacó su cuchillo y lo pasó sobre la cara de la aterrada mujer. De un tirón, arrancó todos los botones de la blusa de Susana, dejando los hermosos pechos de la chica, a merced de sus mas bajos instintos. Como un animal salvaje, Julio mordió una y otra vez la pálida  piel del cuerpo de Susana; mientras jadeaba y babeaba, iba dejando profundas marcas en los senos, el abdomen y los brazos de Susana que nada podía hacer para impedir aquella tortura.
De pronto Julio se incorporó y el cuerpo de su víctima sintió alivio; de inmediato cortó la pollera, continuando su salvaje recorrido por las piernas, la pelvis y los genitales. Pero si quería someterla, debería soltar sus piernas, así que con el cuchillo, cortó la cinta que las mantenía atadas.
En ese momento, el instinto de supervivencia de Susana hizo que lanzara una certera patada que dio de lleno en el mentón del delincuente; Julio se desplomó por el golpe, quedando inconsciente a un lado de la cama.
Con las piernas libres, Susana se incorporó y le quitó el cuchillo; con mucha dificultad, pudo zafar de sus ataduras y quitarse el trapo de la boca. Dolorida y con dificultad por sus heridas, se acercó lentamente a la sala y vio que Daniel continuaba inconciente en el piso.
Cuando estaba por llegar al lugar donde estaba su madre, Julio que se había arrastrado hasta la sala, la agarró de una de sus piernas haciéndola caer; ella se arrastraba intentando huir del delincuente, pero él no la soltaba; entonces Susana que aún tenía el cuchillo en su mano, cerró los ojos, giró y lo golpeó con él.
De inmediato sintió como la presión que ejercía la mano de Julio apresando su pierna, fue cediendo hasta soltarla por completo; se alejó y al abrir los ojos, vio como manaba abundante sangre del cuello de aquel miserable sujeto. El golpe dado con el cuchillo, había cercenado la yugular de Julio, que se desangraba rápidamente mientras movía su boca como queriendo hablar, pero sin emitir sonido.
Con mucha dificultad, Susana se incorporó tomándose de las paredes y agarró el celular que estaba sobre la mesa, con las demás cosas que habían caído de su cartera; dejó el cuchillo ensangrentado, digitó 911 y pidió ayuda.
Cuando se disponía a acercarse a Sonia, Daniel recobró el conocimiento y vio a su hermano sangrando – Qué hiciste perra... – Gritó y se lanzó contra Susana; forcejearon de igual a igual por unos instantes, el delincuente atontado y debilitado por la sustancia que había ingerido y Susana, dolorida y débil por el maltrato recibido; hasta que Daniel la tomó del cuello – Vas a morir maldita....
Susana sintió la fuerza de las manos de Daniel en su cuello, e instintivamente comenzó a buscar con qué defenderse del ataque; apoyó su mano sobre la mesa y en su recorrido, alcanzó a tomar el cuchillo que había dejado sobre la mesa minutos antes; sin dudar, sacó fuerzas de su desesperación y lo enterró en el pecho de su atacante.

Al llegar la ambulancia

La ambulancia llegó prácticamente al mismo tiempo que la policía; el panorama que encontraron al entrar fue macabro, Susana permanecía con su madre, semi desnuda, con la ropa desgarrada, golpeada, ensangrentada y con marcas en todo su cuerpo. A pocos metros, Julio yacía sobre un charco de sangre, con un enorme corte en su garganta; a su lado, Daniel con el cuchillo clavado en su pecho.
La policía registró toda la casa. Mientras llegaba el apoyo solicitado por la unidad de Emergencia, el médico y un enfermero ayudaron a que Susana se incorporara y al quererla acostar en la camilla, la joven pidió que primero fuera atendida su madre, que luego de unos instantes de conciencia, había vuelto a desmayarse sin enterarse de todo lo que había sucedido durante su largo desmayo.
Luego de calmarla, inmovilizarle la pierna fracturada y constatar que tenía sus signos vitales estabilizados, Sonia fue puesta en la camilla y llevada a la unidad de traslado.
Mientras esperaban el apoyo, con su madre fuera de peligro dentro de la ambulancia, el médico insistió en atender a Susana; de pronto, la chica comenzó a perder el pulso y a respirar con dificultad; estaba haciendo un paro cardíaco – Está entrando en shock... – Gritó el médico. El traslado no podía esperar, debían llevarla al hospital lo antes posible.
Sonia abre los ojos y el sonido de la sirena la aturde; estaba dentro de la ambulancia y dos hombres de blanco estaban a su lado, de espaldas; no podía ver lo que hacían, sólo que estaban frente a un bulto en el piso de la ambulancia, sobre una frazada, tapado con una sábana blanca.  
Uno de ellos la mira y deja por un instante lo que estaba haciendo – Tranquila señora, vamos al hospital...
Ella no lo conoce y pregunta - ¿Ud. es el médico? ...
Señala al otro hombre y dice – No, el médico es él..., yo soy enfermero...
El dolor en su pierna ya no era tan intenso y se sintió aliviada; a su mente llegan algunas imágenes, su perspectiva desde el piso de la puerta y el teléfono, el sol en sus ojos al abrir la puerta, el hombre que llegó en su ayuda, y el rostro de su hija Susana tranquilizándola; intenta incorporarse pero no puede, está atada a la camilla – Y mi hija... – Le pregunta al enfermero.
El hombre no contesta a su pregunta, sólo le indica – No se mueva señora...
Sonia le hace caso y vuelve a recostarse – ¿Porqué no me acompañó ella..., no la dejaron venir en la ambulancia...? – Insiste.
El enfermero ignora su pregunta – Tranquila señora, ya estamos llegando...
Los nervios por la situación hacían hablar a Sonia – ¿Le habrá avisado a mi otra hija?..., porque no quiero que se ponga nerviosa..., yo estoy bien...
El enfermero no emitía palabra, pero Sonia no dejaba de hablar – Por suerte pasaban esos dos hombres y me ayudaron..., Ud. los vio?..., porque me gustaría agradecerles por lo que hicieron...
Un sonido agudo y constante hace que el enfermero inmediatamente gire hacia donde está el médico; los dos hombres se desesperaban pero el aparato no dejaba  de emitir ese sonido constante – Apurate Juan que la perdemos...

FIN