EL VIGILANTE

15.10.2019 16:51

 

En la soleada tarde, se sintió un zumbido que parecía cortar el aire; en ese mismo instante, un cuerpo se desploma en medio de la multitud que deambulaba por la Plaza Independencia, una de las mas populares y concurridas de la ciudad de Montevideo. 

De la garganta del hombre que yacía sobre el piso, asomaba el final de un flecha que la atravesaba; de la boca entre abierta manaba un fino hilo de sangre que comenzó a deslizarse hacia el costado derecho de su cabeza, que momentos antes, había golpeado violentamente contra el suelo de granito, rompiendo la punta de la flecha que había  salido por su nuca. 

Una chica al verlo gritó aterrada; una alocada e incontrolable “estampida” de personas comenzó a alejarse. Aunque no se escuchó ningún sonido, muchos creyeron que alguien estaba disparando un arma de fuego e improvisaron un “cuerpo a tierra”, otros solo se quedaron inmóviles, paralizados. 

Luego de unos instantes, los mas osados se acercaron al cuerpo; en pocos minutos se formó un círculo alrededor del herido. Nadie se animaba a tocarlo, solo lo miraban morbosamente, como si esperaran que de repente, el hombre se levantara, sacudiera su ropa y les dijera que no había pasado nada. Un joven se atrevió a arrodillarse y apoyó sus dedos índice y mayor en el costado del cuello del cuerpo inerte, buscando algún indicio de latido que nunca encontró; el hombre estaba muerto.

 

Un año antes…

Franco Di Carlo, hijo de inmigrantes italianos y abogado de profesión, gracias a su excelente escolaridad, pocos meses antes de recibir su doctorado en leyes, gana un concurso y ocupa un puesto importante en una oficina estatal; esto le aseguraba un ingreso económico mensual para nada despreciable.

De forma esporádica tomaba algunos casos particulares; gracias a ello obtenía algo de dinero extra, lo que le permitía tener una vida económicamente cómoda. 

Franco además era experto en artes marciales; practicaba esta disciplina desde muy pequeño y en la actualidad, ostentaba un alto grado dentro del Kung Fu. Como una especie de hobbie, 2 veces a la semana, de forma honoraria, enseñaba y entrenaba a  alumnos de la escuela Salesiana, a la que él había asistido de pequeño.

Hijo único, había perdido a sus padres en un accidente automovilístico poco antes de terminar su carrera de abogacía; ese fatídico hecho lo marcó para siempre.

Franco estaba en pareja con Inés Algorta, una joven proveniente de una  reconocida familia Uruguaya. Compañeros desde primer año de la facultad de derecho; forjaron una sólida amistad que con el tiempo se transformó en un apasionado romance.

Inés había estado a su lado cuando Franco perdió a sus padres, esto terminó de afianzar su relación y luego de recibir su doctorado, a pesar de la desaprobación de la familia Algorta, la pareja decidió comenzar una nueva etapa en su vida, la convivencia. 

Aquella mañana Franco salía rumbo a la oficina; como cada día, Inés lo despide desde la puerta. Ella trabaja desde su casa, donde había acondicionado una de las habitaciones, improvisando una oficina; se dedicaba principalmente a demandas civiles en casos de divorcios y reclamos laborales.

Cuando Franco se aleja, Inés entra nuevamente a la casa; hasta ese momento parecía ser una mañana como cualquier otra, pero lo que sucedería poco después, iba a cambiar para siempre sus vidas.

Cerca del mediodía alguien llama a la puerta de la casa de la pareja Di Carlo Algorta; Inés atiende y al abrir, alguien la empuja violentamente, haciendo que caiga al piso. Aturdida por el golpe, intenta levantarse, pero un golpe de puño en la cara la termina de desvanecer.

Como si estuviera dentro un macabro sueño, Inés ve y siente el peso de un cuerpo sobre ella; debido a su estado semi consciente, no tiene la fuerza suficiente para quitárselo de encima. El hedor del aliento sobre su cara era nauseabundo; un intenso dolor en su zona genital presagiaba lo peor. n un instante de lucidez se da cuenta de lo que estaba ocurriendo; aquel asqueroso desconocido la estaba violando. Aún sin fuerzas para tratar de defenderse, intenta en vano una reacción; el sujeto vuelve a golpearla y pierde totalmente el conocimiento.

Esa noche, cuando Franco llega a la casa, se sorprende al no ver a Inés esperándolo como siempre. La llama pero no recibe respuesta; preocupado, comienza a recorrer la casa y al llegar al dormitorio encuentra un cuadro macabro, el cuerpo ensangrentado y semi desnudo de Inés sobre la cama; sus manos estaban atadas con un precinto y una cuerda trenzada de color morado rodeaba su cuello.

Grita su nombre y corre hacia ella, la tomó en sus brazos y de inmediato siente el dolor de la muerte; la aprieta contra su pecho y llora.

 

2 meses después…

Todos los canales cubrían la noticia policial mas importante de los últimos 20 años en Uruguay; la Fiscalía formalizó a un asesino serial luego de haber violado y matado a 6 mujeres en menos de 3 meses.

El psiquiatra de la Policía estudia la modalidad utilizada por el asesino en sus crímenes, creando un perfil que ayudaría a comprender su comportamiento criminal.

Según estudios internacionales, se sabía que habitualmente un asesino serial deja una “firma” en sus víctimas. En este caso, el especialista policial concluyó que la forma cómo había asesinado y violado a sus víctimas, las manos atadas con precintos y la trenza morada en el cuello, era su peculiar y macabra firma.

Cuando la prensa se enteró de estos detalles,  llamaron al delincuente: “el asesino de la trenza morada” o simplemente “trenza morada”.

El criminal fue atrapado luego de violar y matar a su sexta víctima. Con cada nuevo crimen que cometía, el metódico psicópata se había vuelto mas osado; en ese último cometió un error que lo llevaría a prisión. 

Cuando el despreciable asesino atacó en la puerta de la casa a quien sería su última víctima, una señora, al ver a aquel extraño golpear a su vecina y empujarla violentamente hacia adentro de su propia casa, de inmediato llamó al 911.

A pesar de que la Policía llegó en pocos minutos, no pudo evitar que el asesino cumpliera su cometido; lo atraparon dentro de la casa, pero para la víctima fue demasiado tarde.

 

3 mes después, día del juicio…

El abogado del asesino, basó su defensa en un error cometido por los policías que arrestaron a su defendido; el asesino había sido detenido allanando la vivienda de su víctima sin una orden judicial. Por este simple error que según argumentó el abogado, vulneraba los derechos de su defendido, a pesar de lo contundente que era el caso en su contra, la defensa solicitó la anulación de todos los cargos. El juez del caso no tuvo otra opción que aceptar lo solicitado por la defensa y dejar libre al criminal.

Al escuchar la noticia por Televisiòn, Franco se siente indignado; había seguido de cerca el caso del asesino de su esposa Inés y confiaba en que se haría justicia, pero al escuchar que el criminal saldría libre por un tecnicismo legal, explotó en ira, lanzó una patada de Kung fu contra el televisor y lo destrozó. Como abogado, sabía que la decisión del juez estaba dentro de la ley; como esposo de una de sus víctimas, esperaba que al asesino se lo condenara a la máxima pena establecida por el Código Penal Uruguayo para estos casos y que literalmente, se pudriera en la cárcel.

Después de quedar libre, el asesino probablemente buscaría la forma de dejar el país; la Policía no dejaría de vigilarlo, por lo que no podría seguir saciando sus bajos instintos, violando y matando mujeres.

Franco pensaba lo mismo y si esto ocurría, cada mujer del lugar donde este horripilante y despreciable individuo se estableciera, sería su potencial víctima; por eso, no pensaba dejar sin castigo al asesino de su esposa y de las otras cinco mujeres.

Al otro día de la sentencia, luego de terminado el papeleo burocrático, Gerardo Matonte, alias “trenza morada” estaba por abandonar el juzgado como un hombre libre. En los alrededores, una multitud indignada compuesta mayormente por familiares y amigos de las víctimas, esperaba su salida. Los medios de comunicación transmitían en directo; la Policía no tenía otra opción que proteger al asesino de la multitud enardecida.

Algo mas alejado, Franco que esperaba pacientemente dentro de su auto; vio como Matonte era escoltado a salvo hasta una camioneta en la que esperaba otro hombre; se saludan como si fueran viejos conocidos y partieron dejando atrás una barrera policial que aguantaba heroicamente la embestida de la gente que quería lincharlo.

Franco los siguió desde una distancia prudente, hasta que se detuvieron frente a una casa que se encontraba en una de las zonas mas peligrosas de la ciudad.

Esperó dentro del auto por horas, hasta que vio al depravado criminal abandonar la casa caminando con un par de secuaces; bajó del vehículo y los siguió.

A los pocos minutos, uno de ellos notó que alguien los seguía y discretamente se lo hizo saber a los otros dos. Cuando llegaron a una zona aislada y mas abierta, detrás de lo que parecía ser una viejo galpón abandonado, sorprendieron a Franco y lo rodearon -  Por qué nos estás siguiendo… - Dijo uno de ellos amenazando a Franco con una navaja que sacó de su bolsillo; luego giró miró a sus dos acompañantes y les preguntó - Alguno de ustedes conoce a este imbécil?...

-No sé, pero vamos a averiguar quién carajo es…, y le va a doler…, jajaja… - Dijo “trenza morada”, mientras tomaba un hierro del piso.

Con una increíble tranquilidad, Franco subió las manos hasta su cabeza, apoyó las palmas en los costados, un poco por encima de las orejas; sus dedos casi se tocaban sobre ella, donde se juntan los huesos parietales con el frontal; tomando una posición como si estuviera haciendo un gesto de asombro - No muchachos, tranquilos… - Dijo mientras se acercaba al que tenía la navaja

El delincuente miró a los otros totalmente desorientado por la actitud temeraria del desconocido. Sin sacar las manos de su cabeza, Franco continuó diciendo - No quiero problemas con ustedes… - Utilizando una vieja estrategia que le había enseñado su Maestro de Kung fu, logró crear en quien era su potencial atacante, una pequeña distracción que le daba ventaja sobre su oponente.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, bajó el codo de su brazo derecho, inclinó levemente su cuerpo y sin quitar la mano de la cabeza, sacó un sorpresivo y certero golpe de abajo hacia arriba; la parte mas dura del brazo de franco, su codo, dio de lleno en el mentón de su atacante dejándolo inconsciente.

De inmediato saltó sobre el segundo hombre, giró en el aire y con una patada que golpeó directamente en la arteria carótida externa, cortó el flujo sanguíneo al cerebro y lo dejó fuera de combate.

Matonte o “Trenza morada” quedó sorprendido por la agilidad y destreza de aquel desconocido, de todas formas intentó golpearlo con el hierro que aún llevaba en su mano - Maldito, te voy a… - Gritó mientras se abalanzó sobre Franco. Una patada circular logró desarmar al delincuente; antes de que pudiera reaccionar, volvió a recibir un golpe, esta vez un puño al esternón y otro casi inmediato al hígado, lo que hizo que el asesino cayera de rodillas.

Franco se paró delante; Matonte, con el poco aliento que le quedaba por el dolor de los golpes, le pregunta - Quién carajo sos…

Franco lo toma del mentón y obliga a que lo mire a los ojos - Querés saber quién soy?… - Le pregunta Franco - Soy tres cosas..., el esposo de una de tus víctimas…, un hombre que no cree en la justicia… - Suelta su mentón, lo toma del pelo y tirando hacia atrás su cabeza, deja a su merced la parte delantera del cuello; levanta su mano derecha y sentencia - Y tu maldito verdugo… - Le da un golpe de canto en la garganta, que rompe su tráquea y lo mata casi instantáneamente.

 

7 meses después...

Desde la azotea de un edificio cercano a la plaza Independencia, Franco desarma meticulosamente el sofisticado y potente arco en su estuche; lo había conseguido a través de un traficante, como pago por defenderlo en un juicio por narcotráfico.

Baja las escaleras y se aleja discretamente de la zona hasta mezclarse con la multitud; a lo lejos se escuchan las sirenas de varias patrullas que se acercan al lugar.

Desde la muerte de su esposa Inés y la posterior venganza contra su violador y asesino Gerardo Matonte, alias “trenza morada”, Franco había prometido frente a la tumba de su esposa, que ningún asesino, violador o criminal quedaría impune por sus delitos. Si por algún motivo, algún delincuente quedaba en libertad porque la justicia no cumplía con su cometido, Franco se encargaría de hacerlo pagar por sus delitos.

El joven abogado se había convertido en una especie de “vigilante”, que juzgaba, condenaba y ejecutaba a los delincuentes que el sistema legal, por error, descuido o interpretación transgiversada de las leyes vigentes, dejaba libres y sin castigo.

El hombre muerto en la plaza había asesinado a su esposa delante de sus dos pequeños hijos; la justicia lo dejó libre por falta de pruebas en su contra. Al no tener antecedentes, ni denuncias por violencia doméstica; pero Franco sabía que era culpable.

En los últimos meses, Franco había ejecutado a tres asesinos y dos violadores. Las autoridades estaban desconcertadas y tenían opiniones encontradas, entre los que querían atraparlo porque lo consideraban un simple asesino; y los otros, los que creían que era un héroe que estaba acabando con los delincuentes que la propia justicia, con las herramientas con las que contaba, no podía condenar.

FIN