BACTERIA ASESINA

02.02.2018 17:59
 
Una tarde del mes de Setiembre, la multitud caminaba por la Avda. 18 de Julio, en silencio, con velas encendidas, hacia el viejo Hospital Clínico. El reclamo íntimo de una madre desgarrada por el dolor de haber perdido su único hijo, era el principal estandarte de toda aquella gente. La inesperada e injusta muerte de aquel adolescente de 15 años, había cumplido diez meses de impunidad, y a pesar de la conocida frase “El tiempo todo lo cura...”, el vacío que llenaba el corazón de aquella madre, parecía contradecirla y desvirtuarla hasta hacerla incomprensible para quien había tenido la desgracia de vivir el mismo tormentoso momento de saber que se perdió a un hijo.
 
Noviembre de 2003
 
Cuando Miguel Carbajal, un joven de 15 años que había perdido a su padre hacía poco mas de un año, entra a la cocina de su casa, sudoroso y fatigado se acerca a su madre para comentarle el malestar que siente, jamás imaginó que ese sería el comienzo de su triste fin. Al verlo casi desvanecido, Sara deja caer la cuchara de madera dentro de la olla con los fideos que estaba cocinando y corre a su lado; lo ayuda a sentarse; al tomar su brazo, el chico deja escapar un leve quejido de dolor; la manga derecha de la camisa que llevaba puesta, estaba mojada por un líquido transparente y viscoso. Miguel apenas podía hablar y balbucea algo que ella no logra descifrar. De inmediato supo que la temperatura corporal de su hijo era muy alta; tomó dinero de su cartera, como pudo lo ayudó a incorporarse y salió con él a la calle; paró un taxi y le pidió que los llevara al hospital Clínico.
Durante el recorrido levantó la manga de la camisa de su hijo y dejó al descubierto una herida en su brazo; era una especie de grano de tamaño considerable, que supuraba por la boca que se había abierto en la piel del muchacho.
Los facultativos que estaban de guardia, revisan al paciente y dan las indicaciones que creen pertinentes, dando un posible diagnóstico clínico de lo que le sucedía al chico. Lo derivan a su domicilio con indicaciones de bajar la fiebre y suministrarle un antibiótico, dando por terminada una atención casi rutinaria.
A las pocas horas de llegar a su casa, el joven no siente la mejoría que le habían vaticinado quienes lo atendieron. La intuición de su madre de inmediato da la alarma, estaba empeorando, por lo que decide volver al Hospital. Al llegar, lo vuelve a ver uno de los médicos que lo había atendido horas antes; todo había cambiado, no solo el estado del muchacho, sino también la preocupación de quien lo volvía a revisar.
La madre también notó aquel cambio de actitud del médico; algo pasaba con su hijo, y no era bueno. Ante sus desesperadas preguntas, una sola respuesta: “Estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance...”. ¿Qué era lo que estaba a su alcance?, esa respuesta nadie se la podía dar. ¿Qué había cambiado en tan poco tiempo?. La mujer desesperada, desinformada y con gran incertidumbre, esperó con paciencia infinita el informe de los médicos que atendían a su hijo. Junto a ella, en la descuidada sala de emergencia, esperaban otras personas; algunos una respuesta sobre sus familiares, otros ser atendidos.
Cuando la puerta de acceso restringido se abrió y el médico apareció, sabía que le daría noticias sobre su hijo. Se acercó y de inmediato le informaron que el chico sería trasladado a terapia intensiva..., ¿qué había pasado? se preguntaba ella..., ¿porqué?...
La respuesta fue contundente: “Su hijo está muy delicado...”.
A pesar del dolor que toda la situación le causaba, su impotencia ante los hechos la hicieron reaccionar - ¿Qué tiene mi hijo? - Preguntó al médico gritando desesperada, mientras el policía que siempre está de guardia en la puerta, intentaba controlarla.
Pasaron varios minutos antes de lograr calmarla, fue entonces cuando el médico se animó a acercarse para decirle que podía pasar a verlo, pero sólo unos minutos. Sin contestar, la madre entró a la sala donde estaba su hijo. Tirado sobre una añeja camilla, tapado con una frazada llena de remiendos, el muchacho parecía descansar. Llorando se acercó a él y acarició su frente con esa ternura que solo las madres pueden transmitir, y el calor que despedía pareció quemar su temblorosa mano.
El tiempo corría implacable; devoraba cada minuto sin advertirle que eran el epílogo de un final inesperado; sin avisarle que cada vuelta del segundero, tenían la penosa tarea de quitarle el equivalente en vida a su hijo.
Ella sufría, quería aferrarse a su hijo, protegerlo y sanarlo como tantas veces lo había hecho en estos quince años. Sin darse cuenta, había pasado casi una hora a su lado y ya venían por él; llegaron dos enfermeras con una camilla en pésimas condiciones y le pidieron que se retirara. Resignada ella asintió con su mirada, se acercó a Miguel y besó su frente; en aquel momento pensó que jamás olvidaría el fuego que sintió en sus labios, sin imaginar que aquel beso sería el último que le daría.
 
Junio de 2004
 
El Ministerio de Salud, recibe la primer denuncia sobre un caso de infección cutánea, causado por la mutación de una bacteria que era resistente a la mayoría de los antibióticos. De inmediato se pone en marcha el protocolo a seguir en estos casos.
La noticia llega a la prensa y empezaron a llegar las denuncias sobre mas casos de similares características. Las autoridades del Ministerio negaron estar frente a una epidemia; su explicación fue que era una enfermedad emergente de brote epidémico y que ya se habían tomado las medidas preventivas que estos casos requerían para ser controlados; también se informó sobre el único antibiótico que era totalmente efectivo contra esta infección.
La madre de Miguel, empieza a ver y sentir a diario sobre la aparición de una extraña bacteria que era resistente a la mayoría de los antibióticos existentes en plaza; la información decía que si esta enfermedad no era tratada a tiempo, podía causar la muerte de quien la portara. La manifestación por medio de erupciones en la piel, la sintomatología, todo parecía coincidir con lo sucedido a su hijo, aunque esto había pasado siete meses antes. En aquel momento, había denunciado ante las autoridades, lo que para ella había sido una mala atención a su hijo, con el único fin de que su tragedia no se repitiera en otra persona; pero sin dinero y sin abogado, esa denuncia estaba tan desahuciada como su hijo al ingresar por segunda vez a la emergencia del Hospital.
Había pasado interminables meses intentando olvidar los detalles de lo sucedido, era su forma para de alguna manera mitigar el dolor por la pérdida de su hijo; pero cada vez que escuchaba en algún medio de prensa sobre esa bacteria, la herida en su corazón sangraba por la duda y la impotencia; “Paro cardio respiratorio” era lo que decía el certificado de defunción, pero esa era la verdadera razón de la muerte de Miguel?.
Volvió al Ministerio en busca de una explicación e intentó conseguir una entrevista con el Ministro, pero no logró su objetivo, le dijeron que el Ministro estaba en una reunión con el Presidente de la República. Sara fue recibida por un secretario que tomó nota de su “inquietud” y le aseguró que se la haría llegar personalmente a su jefe.
Cuando salía del edificio, frente a la entrada observa una aglomeración de gente; muchas cámaras y micrófonos rodean a una persona; se acerca y reconoce al Ministro de Salud haciendo declaraciones a los medios - No señores, no estamos frente a una epidemia, ni se han registrado muertes por esta bacteria...
- MIENTE!!!! - Gritó Sara indignada.
Las cámaras y los micrófonos de inmediato se dirigen hacia aquella mujer que seguía vociferando descontrolada; le dan la oportunidad de hablar, mientras el Ministro abandona la conferencia de prensa y se retira molesto, sin realizar mas declaraciones.
Esa noche la imagen de Sara se ve en todos los noticieros; y a pesar de los dichos del Ministro de Salud Pública, la noticia confirmaba que la llamada bacteria asesina, había cobrado su primer víctima, Miguel Carvajal, un adolescente de tan solo 15 años.
Pasaron los días y la noticia de la bacteria asesina estaba en primera plana; la cantidad de casos denunciados y las muertes que habría causado eran contradictorios; así como las diferentes responsabilidades que se les quería otorgar a las autoridades.
Una tarde, en medio de todo ese revuelo informativo, sonó el timbre en la casa de Sara. Un hombre de impecable traje y portafolio en mano, se presentó como el Dr. Alberto Bovone, un abogado que se puso a las órdenes de Sara para asesorarla en relación al caso de su hijo Miguel. Cómo había llegado a ella y quién lo había enviado, fue lo primero que le preguntó Sara al Dr. Burone. El hombre le dio tres razones que parecían ser razonables: la primera, creía que ella tenía razón, que hubo negligencia por parte de los médicos que atendieron a su hijo; la segunda, consideraba que el Ministerio de Salud Pública tenía responsabilidad por no haber informado a tiempo sobre la aparición de la bacteria; y la tercera, él se quedaría con el 50% del dinero que estaba seguro, ganarían por la demanda que pretendía hacerle al Estado.
Sara se quedó con la tarjeta del Dr. Bovone con la promesa de pensar la propuesta que le había realizado. Ella no tenía ningún interés por sacar algún beneficio económico de esa lamentable situación, ninguna cifra de dinero por importante que fuera, le podría devolver a su hijo Miguel; pero a su vez, pensaba que podría ser una forma de lograr lo que ella había buscado desde el principio, evitar que otra madre pasara por lo que ella había pasado; si lograba esto, ella estaba dispuesta a aceptar la propuesta de aquel misterioso abogado y hacer una demanda contra el Estado.
La noche en que se cumplían ocho meses de la muerte de Miguel, Sara tuvo un extraño sueño. En él, su hijo aparecía caminando delante de ella y en determinado momento, se acerca a un hombre de túnica blanca y cara sin rasgos definidos que se encontraba parado en el borde de un pozo. El hombre de túnica inyecta a Miguel en el brazo y lo empuja dentro; ella intenta detenerlo, pero no llega a tiempo y el muchacho cae. Cuando Sara llega al borde del pozo y mira hacia el interior, su hijo está colgando de un brazo; ella intenta sostenerlo, pero pesa mucho y cae hacia el fondo oscuro. Sara mira hacia el hombre de túnica que seguía parado delante de ella y reía en forma sarcástica; su rostro comienza a definirse y logra verlo con claridad; era uno de los médicos que había atendido a su hijo en el Hospital Clínico el día que murió.
Se despierta sobresaltada; la humedad que siente en su mano no era sudor, por su mano corría un líquido transparente y pegajoso, igual al que había quedado impregnado en ella, el día en que su hijo Miguel comenzó la odisea que lo llevó a la muerte.
Estaba amaneciendo y Sara no puede recobrar el sueño; se levanta sin poder quitar de su mente la imagen de Miguel y el rostro de aquel médico.
Sola y sin saber a quién recurrir, Sara recuerda al abogado que le había estado con ella días antes, saca la tarjeta que le había dejado y decide llamarlo.
Pasó poco mas de una hora cuando el timbre sonó; el Dr. Bovone llega a la casa de Sara y escucha atentamente el relato de aquel extraño sueño, ¿qué significado tenía?, se preguntaba Sara. El astuto abogado le sugirió que si quería que se investigara a fondo lo ocurrido con su hijo, debía hacer la demanda que él le había aconsejado días antes.
Agobiada por el dolor, los recuerdos y el extraño mensaje que parecía encerrar el sueño con su hijo, Sara dio su conformidad para empezar la demanda. El Dr. Bovone anotó cada detalle del relato de lo sucedido con Miguel antes de su extraña muerte; a los pocos días se presentó los escritos en el Juzgado Civil.
 
Agosto de 2004
 
El tema de la llamada “bacteria asesina” iba perdiendo espacio en los medios de comunicación; la situación controlada gracias a un antibiótico llamado “Bacticina” que la eliminaba totalmente.
Sara y su representante legal el Dr. Bovone, son citados al Juzgado para notificarse de la sentencia sobre la demanda. La celeridad del Juez en expedirse, llamó la atención del experimentado abogado, pero la sorpresa mayor fue cuando escuchó la sentencia que no le daba lugar al reclamo de su cliente.
Un mes después, luego de idas y venidas, declaraciones cruzadas entre el Ministerio de Salud Pública y el Sindicato que agrupa a los médicos, la discusión tomó estado público y se supo que la bacteria resistente, para los medios “bacteria asesina”, ya había causado varias muertes; mientras el Ministerio señalaba que los casos fatales eran cuatro, la gremial médica citaba como catorce los fallecidos por esta causa.
El poder político, a través de la oposición, interpeló al Ministros de Salud en un intento por conseguir su renuncia, pero el gobierno lo apoyó y mantuvo en su cargo.
Los médicos aseguraban que el Ministro, a pesar de saber sobre el brote epidémico y el peligro de la bacteria, no había dado el alerta a la población. Por otro lado, el Ministro declaraba que lo había hecho en tiempo y forma.
La investigación administrativa interna del Hospital Clínico, sobre la actuación de los dos médicos que habían atendido a Miguel, llegó a la conclusión de que hubo cierta “negligencia” en la misma; como consecuencia, se consideró justo hacer una observación verbal a estos dos funcionarios.
El laboratorio “Medicus” que estaba al borde de la banca rota, aumentó 5 veces el valor del antibiótico “Bacticina”, único que neutralizaba a la “bacteria asesina”; y su venta en la región aumentó en un 5000%. Esto le significó un beneficio económico de varias decenas de millones de dólares y su milagroso saneamiento económico.
 
Años mas tarde...
 
Uno de los médicos que había atendido a Miguel en su pasaje por la Emergencia del Hospital Clínico, fue encontrado muerto en extrañas circunstancias; el caso fue catalogado como suicidio por los investigadores policiales.
El otro médico se radicó en Miami y puso una lujosa clínica en Palm Beach; teniendo la representación exclusiva para toda América Latina, de los productos del laboratorio “Medicus”.
El juez que había desestimado la demanda de Sara contra el Estado Uruguayo, se retiró como magistrado y en la actualidad vive en una lujosa mansión en el Este del país. Su único hijo fue nombrado Gerente General del laboratorio “Warner”, filial española del laboratorio “Medicus”.
El Dr. Bovone apeló la sentencia dada en primera instancia, pero nuevamente su petitorio fue desestimado, por lo que el caso de Miguel Carvajal quedó definitivamente cerrado sin ninguna consecuencia para el Estado Uruguayo. En la actualidad, el Dr. Burone sigue ejerciendo su profesión de abogado sin mucho suceso.
Sara siguió su lucha por descubrir la verdad sobre la muerte de su hijo. Todos los años, cuando se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Miguel, organiza una marcha en su memoria.
 
FIN