Soy Manya hasta los huesos, oro y carbón llevo en la sangre
1958, comienzo del primer quinquenio de Peñarol (1958-1962)
Como no podía ser de otra manera, el destino marcó que naciera el año 1958, toda una señal; ese año fue el del comienzo del primer quinquenio del glorioso Club Atlético Peñarol (1958-1962). Mi abuelo, Don Domingo Bouzas, hincha del Manya, me inició en esta pasión que hoy, después de tantos años y tantas alegrías, pasó a ser algo mas, incompresible para algunos, pero compartido por mas de la mitad del país.
Ser hincha de Peñarol, ser “Manya”, es algo inexplicable, es algo que se siente y se vive en la piel, en el corazón, en el alma; ser aurinegro es algo que solo puede entender quien siente lo mismo; es algo que solo los privilegiados que vibran y se emocionan con los colores amarillo y negro, pueden experimentar.
Lo que voy a narrar a continuación, al principio son vivencias que escuché y aprendí casi exclusivamente de mi abuelo Domingo, porque los recuerdos propios, a tan corta edad, son muy vagos y casi imposibles de retener.
A pesar de esto, al evocar aquellos relatos llenos de gloria, no puedo evitar la emoción que invade todo mi cuerpo, ni contener las lagrimas que brotan de mis ojos; porque después de todo, eso es ser Manya, eso es ser hincha de Peñarol; algo inexplicable, algo único.
1960, primer edición de la Copa Campeones de América
Con apenas 2 años y sin tener la capacidad para asimilar semejante hecho histórico del fútbol sudamericano y mundial; viví casi sin darme cuenta, la organización y la conquista por parte del Club Atlético Peñarol (campeón Uruguayo 1959, los “bolsos” quedaron segundos y en sus inicios solo participaban los campeones de cada país), de la primer Copa Campeones de América, actual Copa Conmebol Libertadores.
Pero no solo quedó en la historia por jugar el partido inaugural y primer partido oficial de la Copa Campeones de América (19 de Abril de 1960, ganando 7-1 al Jorge Wilstermann de Bolivia); también marcó el primer gol de dicha competencia (Carlos Borges); tiene en su haber la mayor goleada en todas las ediciones del Torneo (11-2 contra el Valencia de Venezuela en 1970); y al máximo goleador hasta la fecha (Alberto Spencer, con 54 goles).
Lamentablemente, ese año Peñarol no pudo conquistar la Copa Intercontinental, perdiendo la final contra el Real Madrid de España, Capeón de la UEFA.
1961, segunda edición de la Copa de Campeones de América
A mis 3 años, Peñarol conquistaba la segunda Copa Campeones de América, ganando en la final a Palmeiras de Brasil, 1-0 en el Estadio Centenario, con gol de Alberto Spencer; y empatando 1-1 en el Estadio de Pacaembú, Brasil, con gol de José Sasía.
Hasta ese momento, dos copas jugadas, dos copas ganadas; el Manya único equipo sudamericano Campeón de Campeones de América.
1961, primer Club de América en ser Campeón del Mundo
En 1961, lamentablemente luego de perder la primer Copa Intercontinental de la historia contra Real Madrid de España, el carbonero debió enfrentar en la final al Benfica de Portugal, Campeón de UEFA de ese año.
En el partido de ida, el 4 de Setiembre de 1961 en Lisboa, perdimos 1-0. En la revancha, el 17 de Setiembre, Peñarol aplastó al equipo Europeo, ganando en el Centenario por 5-0.
Así, el carbonero fue también en el primer club sudamericano de la historia en ganar la Copa Intercontinental; en suma, el primer Campeón Mundial de clubes de este continente.
1966, tercer conquista de la Copa Libertadores de América
La Copa del 66, ya con 8 años, fue otra cosa; de esa conquista tengo recuerdos mas claros. Debieron pasar 4 años para que Peñarol volviera a ser el mejor de toda América, a pesar de que en dos de esas ediciones jugamos la final, 1962 contra el Santos de Brasil (y de Pelé), y 1965 contra Independiente de Argentina.
Las anécdotas de mi abuelo riquísimas en contenido de hazañas increíbles, ahora se sumaban a vivencias propias que me llenaban de asombro y me hacían “hinchar” cada vez mas por ese increíble equipo de fútbol, el de las grandes conquistas; mi querido Peñarol.
Ese año 1966, llegamos a la fina contra River Plate de Argentina; ganamos 2-0 en el Centenario (goles del “Pardo” Abbadie y de Joya). E el partido revancha, perdimos 3-2 en el Monumental (goles de Rocha y Spencer), bajo “extrañas” condiciones, ya que los jugadores de Peñarol debieron llegar al Monumental en taxi y enfrentar a los “Barras bravas” de River que los estaban esperando, llegando a la cancha prácticamente sin calentamiento previo.
Este partido revancha se jugó un 18 de Mayo de 1966, día en que un servidor cumplía sus primeros 8 añitos; un indicio mas de que mi destino no podía ser otro que aurinegro.
El reglamento decía que se debía disputar un tercer y definitivo partido en cancha neutral (ya estaba establecido que sería en Chile) a las 48 horas.
El 20 de Mayo se disputó esta decisiva final. Faltando 25 minutos para los 90, Peñarol perdía bien 2-0. Ahí se empezó a gestar el significado de la frase “A LO PEÑAROL”; el partido terminó en empate 2-2 (goles de Spencer y Abbadie). Este empate dio pase al alargue, donde el aurinegro terminó ganando 4-2 (otro gol de Spancer y uno de Rocha, ambos de cabeza), logrando de esta forma, su tercera Copa Libertadores.
Como dijo el gran Carlos Solé al final del partido: “…GANADO A LO MACHO…”.
Cuando vi las incidencias del partido por televisión, quedé asombrado por el formidable cabezazo de Spencer en el tercer gol de Peñarol; me pareció un “balazó” y en aquel momento por su potencia, pensé que había cabeceado desde la mitad de la cancha. También tengo claro el recuerdo imborrable del cambio de palo en el cabezazo de Rocha para el cuarto gol; cómo agarró a contrapié al pobre golero de River, Carrizo; qué definición exquisita, por favor.
Recuerdo aquellos arcos que no eran como los actuales; los mostraban de costado y del palo bajaba un arco de metal que llegaba al césped (donde se ataban las redes), y se veía la figura de un ángulo recto, como esos que dibujaba la maestra en el pizarrón de la Escuela.
Son mis primeros recuerdos nítidos del Peñarol que gracias a Dios, mi querido abuelo Domingo me enseñó a querer y que hoy, como dice la canción “Campeón del Siglo”, venero.
Una de las historias que siempre contaba mi abuelo Domingo sobre ese partido, tal vez la mas linda de todas (por lo menos para mi, porque era como un cuento de esos en los que habían superhéroes y un villano); aquella historia decía que el golero de River Plate, Amadeo Carrizo, cuando su equipo ganaba bien por 2-0, paró un cabezazo del Peruano Joya con el pecho; según contaba mi abuelo, esa “sobrada” de Carrizo hizo que los jugadores de Peñarol se “calentaran” y sacaran esa garra, esa rebeldía que luego pasaría a ser un sello particular, característico y único de quien vistiera esa gloriosa camiseta amarilla y negra.
Peñarol terminó dando vuelta el partido, pero según contaba mi abuelo, cuando se produjo el empate 2-2, alguno de estos jugadores aurinegros, se acercó al guardameta Argentino Carrizo y muy “caliente” le dijo: “ÉSTA PARÁLA CON EL CULO…”.
Después, el pobre Carrizo se “comería” 2 goles mas, pasando a ser, según contaba mi abuelo, el gran “culpable” de la humillante derrota que sufrió su equipo River Plate, debido a la increíble reacción de Peñarol para dar vuelta un partido que para muchos, estaba perdido, haciéndolo responsable, por “sobrar” a los aurinegros en aquella pelota que paró con el pecho.
Y cómo un pequeño como yo, no iba a querer a aquel cuadro de fútbol que después de llegar a Uruguay desde Chile, era capaz de movilizar y amontonar a tanta y tanta gente por las calles y por la rambla de Montevideo.
Me parece ver aquel camión repleto de personas, algunas colgando peligrosamente de los costados de madera de su caja; uno de estos audaces individuos, “revoleaba” una caña o un palo (no se bien que era, pero tenía un largo considerable), de donde colgaban atadas de forma desprolija pero muy visibles para la multitud, 4 bananas que representaban los 4 goles que le había hecho Peñarol a River Plate en la final.
Y que decir cuando pasó por delante de mí, a unos pocos metros de distancia, el ómnibus que llevaba a los jugadores Campeones de toda América. Muchos “locos lindos” se habían subido al techo y el jeep de la policía de aquel entonces, que intentaba habría el paso del bus entre la gente, se vio totalmente desbordado por una multitud que quería agasajar y rendir su humilde homenaje a esos hombres que habían mostrado en la cancha, su garra y su temperamento, ganando de una forma que luego tendría nombre y con el tiempo sería un estilo propio de los que tuvieran el privilegio de vestir esa gloriosa camiseta; porque aquella final de 1966 Peñarol la ganó “A LO PEÑAROL”; de atrás, dos goles abajo, cuando la mayoría nos daba por desahuciados, salió “eso” que solo la amarilla y negra tiene; algo increíble e incomprensible para quien no lleva estos colores en el alma.
La gente se acercaba desesperada al ómnibus, queriendo tener contacto con alguno de los héroes que nuevamente habían llevado a Peñarol a lo mas alto de América.
Los Jugadores saludaban por las pequeñas ventanillas de aquel ómnibus que desde mi perspectiva y ángulo, parecía enorme. Algunas personas, las mas osadas, tenían la suerte de tocarles la mano, yo no podía ni acercarme por mi tamaño y porque no me dejaban, porque realmente era una misión muy peligrosa.
Imaginen lo emocionante que era todo aquello para un niño de 8 años como yo, que sentía cómo miles y miles de personas coreaban el nombre de su equipo, del grandioso Peñarol; ese que yo admiraba y ya empezaba a idolatrar, porque con esa enorme conquista, este equipo de fútbol, este club, me estaba enseñando lo que significaba la gloria, una gloria con la que después, me acostumbraría a convivir en tantas otras ocasiones.
Así, el gran capitán Nestor “Tito” Goncalvez, en el Estadio Nacional (que irónico, no?) de Santiago de Chile, levantó la tercer Copa Libertadores de América para Peñarol.
Hasta ese año 1966 se habían disputado 7 ediciones y Peñarol era el único equipo del fútbol Uruguayo en conquistar éste galardón y primero en hacerlo tres veces (otras dos las ganó Santos de Brasil y dos Independiente de Argentina); además, jugó 5 de las 7 finales.
1966, segunda Copa del Mundo
En 1966, Peñarol se tomaría revancha de la derrota sufrida en 1960 y nuevamente se enfrenta en la final intercontinental, al Real Madrid de España.
El primer partido fue el 12 de Octubre de 1966, en el Estadio Centenario, donde Peñarol gana 2-0, con dos goles de Spencer. En la revancha, el 22 de Octubre del mismo año, en el Estadio Santiago Bernabéu de Madrid, Peñarol repite y vuelve a vencer al Campeón Europeo, esta vez de visitante, por el mismo marcador de 2-0, con goles de Rocha y Spencer.
1968, record de Ladislao Mazurkiewicz
En 1968, Peñarol sería Campeón invicto Uruguayo; pero otro hecho importante que ocurrió ese campeonato, fue que una de sus leyendas, Ladislao Mazurkiewicz (Mazurca como todos le decían con cariño), logró ese año, la marca de 987 minutos sin recibir goles.
Contaba mi Abuelo Domingo, que el día en que “Mazurca” llegó a esa cifra increíble, Peñarol jugaba en el Centenario contra River y cuando llegó al record (a los 15 minutos del partido), superando los 922 minutos que tenía el golero de Nacional Eduardo García desde 1933, las tribunas comenzaron a aplaudir eufóricamente a Mazurkievicz; entonces uno de los jugadores tiró la pelota afuera y sus compañeros de Peñarol, los jugadores de River y hasta el propio árbitro del partido, se acercaron al guardameta aurinegro para felicitarlo.
En el año 2003, el golero de Nacional Gustavo Munúa llegó a 963 minutos, una cifra también increíble. El sueño de batir el record de Mazurkievicz se vio frustrado cuando Pablo Bengoechea, en un clásico en el que todo Nacional esperaba que su portero batiría el record del inolvidable “Mazurca”, de tiro penal, terminó con la ilusión de todos los “bolsilludos”, quienes a pesar de haber ganado 3-1, se fueron con la frustración de no haber podido batir el record del gran Ladislao Mazurkievicz, record que hasta el día de hoy, permanece imbatible.
Recuerdo perfectamente ese día y ese clásico, porque a pesar de la derrota, me sentí feliz por dejar a “los bolsos” con las ganas de batir uno de los tantos récords que tiene Peñarol. Para mí era suficiente para dejar el dolor del resultado adverso de lado (nunca voy a estar bien perdiendo contra “ellos”). Mas allá de tener que “bancar” las cargadas de mis compañeros (porque amigos de Nacional no tengo ni acepto), alguno de ellos muy “babosos”; yo sabía que con Peñarol, siempre había revancha, y ellos mas que ninguno, también lo sabían.
1969, Santos de Pelé y su gol número 1001
Recuerdo que en ese año 1969 (tenía 11 años), se jugó la segunda Supercopa de Campeones Intercontinentales, una competencia ideada en 1968 por los tres equipos Americanos que hasta ese año, habían alcanzado el título Mundial: Peñarol, Santos y Racing. Quien la ganaba debía jugar contra el Campeón Europeo del mismo año.
Se jugaron solo 2 ediciones de esta Supercopa, la primera del año 1968, la ganó Santos de Brasil; luego debió enfrentar al Inter de Milán. En la segunda (y última) edición, se sumó Estudiantes de la Plata (Campeón del Mundo 1968); esta Copa la ganó Peñarol.
Lo curioso ocurrió en el encuentro entre los aurinegros y el Santos de Pelé, jugado en Diciembre de 1969 en el estadio Centenario; ese partido Peñarol lo gana 2-1 con goles de Spencer y Anega; el gol brasileño lo hace “el rey” Pelé, siendo éste el gol 1001 de su carrera.
Lo que recuerdo sobre ese hecho, fue que al día siguiente, uno de los diarios de Montevideo, publicó una caricatura; era un arco de fútbol de fondo, el golero de Peñarol en el piso y la pelota dentro del arco; Pelé corría festejando su gol y con los brazos hacia el cielo, gritando: “1001, 1001”, en referencia al número que ocupaba ese gol en su histórica carrera. Pero este dibujo no estaba en la sección deportiva, esa caricatura era una propaganda política del Partido Comunista, cuyo número de lista era casualmente ese, la 1001.
1970, mi experiencia contra el Club Nacional de Fútbol
Comenzaba la década del 70, tenía 12 años y jugaba en la “Liga Modelo”, en el “Pueblo Nuevo”, cuadro del baby fútbol del barrio del mismo nombre. Tenía cancha propia en las inmediaciones de Centenario (ahora Av. Dámaso Antonio Larrañaga) e Industria (ahora Ingeniero José Serrato), detrás del desaparecido “Parque Borrás” y al costado de la vieja cancha de once de “La Escuelita”, que aún hoy existe. La sede social del “Pueblo Nuevo” estaba en la calle Industria y si no recuerdo mal, esquina Tomas Claramount. Era un local muy pequeño, donde se guardaban las redes de los arcos, los banderines del corner, las camisetas (que siempre lavaba alguna de las madres de los jugadores), y los elementos para las prácticas: pelotas chalecos, etc.; los shorts y las medias eran artículos de uso personal, por lo que cada jugador era responsable de su higiene y mantenimiento.
Había llegado a jugar en el “Pueblo Nuevo” por mi primo Alberto y fue por casualidad.
Un día que fuimos de visita a su casa en la zona del Mercado Modelo, mi tía le ofreció una rifa a mi padre para financiar un viaje que haría mi primo a Argentina la semana siguiente, con el cuadro de baby fútbol del que él era golero, el “Pueblo Nuevo”.
Por supuesto que mi padre la compró, pero la idea de viajar a Argentina para jugar al fútbol en una competencia internacional, era como un sueño y no me lo podía perder.
Como ese día había práctica, fui con mi primo, quien me presentó al Director Técnico.
Jugué en la práctica y se ve que lo hice muy bien, porque a la semana siguiente estaba viajando con mi primo Alberto a General Villegas, Argentina, en el viejo “Vapor de la Carrera”. Para cualquiera de los dos, nuestra primer incursión deportiva internacional y toda una aventura a tan corta edad.
Después de aquel inolvidable viaje del que guardo hermosos recuerdos, seguí jugando en el “Pueblo Nuevo”; como yo vivía en el Buceo, me tomaba el 144 de CUTCSA con destino al “Cementerio del Norte”, para ir a nuestra cancha a las prácticas, que eran una o dos veces por semana.
Por ese mismo medio (el 144 de CUTCSA), los fines de semana iba a nuestra cancha cuando nos tocaba jugar de local, y si éramos visitantes, me las arreglaba y siempre algún ómnibus me servía para llegar a la cancha dónde nos correspondía jugar.
A pesar de mi corta edad (12 años), estaba acostumbrado a ir solo a todos los partidos.
Mi abuelo Domingo, quien me había iniciado años antes en el baby fútbol en el club “Terremoto” de Malvín, en esa época había quedado ciego por una mala intervención de cataratas, poco después, lamentablemente falleció. Mi madre no podía porque se quedaba con mis hermanos y mi padre trabajaba mucho para que nada nos faltara, por lo que no tenía tiempo para acompañarme; en suma nadie de mi familia iba a verme jugar al fútbol.
Esa fecha el “Pueblo Nuevo” tenía libre y jugamos un amistoso en el Parque Central, contra el Club Nacional de Fútbol. Ese día me mandé flor de partido, hice 2 goles y como Manya me sentía un Alberto Spencer o un Pedro Rocha (todavía mi ídolo Fernando Morena no jugaba en Peñarol); le había hecho 2 goles a Nacional, en el propio Parque Central (la cancha de baby fútbol de los “bolsos”, estaba a un costado del Parque, sobre la calle Carlos Anaya); como dice una frase muy conocida, había cumplido el sueño del pibe.
Terminado el partido y los saludos correspondientes y “obligatorios”, el técnico de Nacional se acercó mientras me “abrigaba” (como me aconsejaba mi abuela, para que no se me secara la transpiración en el cuerpo). En esa charla que duró apenas unos minutos, luego de alabar mi buen juego de ese día, el “profe” como le decían sus jugadores, me ofreció dejar el “Pueblo Nuevo” y pasar a su equipo, el Club Nacional de Fútbol.
Sin dudas, esto para muchos sería un gran honor y en realidad para mí, en ese momento lo fue; pero lo que el “profe” no sabía y con lo que no contaba, era con el hecho de que yo era hincha fanático de Peñarol, y sin ninguna duda, si se daba la situación, podía llegar a jugar en cualquier equipo de baby fútbol del país, pero jamás en mi vida pondría una camiseta de Nacional sobre mi pecho. Le agradecí por la oferta, pero no lo acepté.
Tal vez muchos puedan pensar que dejé pasar una buena oportunidad de llegar a ser profesional (o no, vaya a saber las cosas del destino), pero así era y es mi pasión por Peñarol; soy “Manya” hasta los huesos y jamás traicionaría el “Oro y Carbón” que llevo en la sangre.
Lamentablemente, en esa época Peñarol no tenía baby fútbol porque la Liga infantil lo había suspendido por tiempo indefinido (según recuerdo se dijo en aquel momento), por pagar a los niños por jugar en su equipo; por eso sabía que mi sueño de jugar en Peñarol era imposible. En realidad, nunca supe si lo de la suspensión era verdad, lo único claro era que en esa época, en Peñarol no había baby fútbol.
1970, clásico con mi primo, robo y paliza
No recuerdo bien la fecha, pero era un clásico de 1970 o 1971. Con 12 o 13 años y un viaje a Argentina sin familiares, mi padre nos dio permiso a mi primo Alberto y a mí, para ir solos a un clásico en el Estadio.
Debo aclarar que, debido a que vivía cerca, yo iba seguido al Centenario; como era menor, entraba gratis. Siempre iba con algún amigo (o solo), a la Ámsterdam con la hinchada de Peñarol, pero cuando quedaban los últimos 15 minutos y se abrían las puertas de todas las tribunas, me iba para la América y siempre muchas veces me las ingeniaba para acercarme a los vestuarios y ver de cerca a mis ídolos aurinegros.
Ese día llegamos al Centenario temprano y antes de sacar las entradas, deambulábamos por los alrededores de la Ámsterdam, yo con un llamativo gorro de “Cowboy” que me había traído del viaje a Argentina y mi primo llevando una campera de jean en la mano.
En determinado momento, pasó a mi lado un moreno, tal vez de nuestra misma edad y con un ágil movimiento, me arrebató el gorro de la cabeza. Casi al mismo tiempo, a mi primo Alberto, otro morenito le quita la campera de jean de la mano.
La reacción nuestra fue lógica e intentamos recuperar las prendas robadas, por lo que, sin pensarlo, corrimos detrás de los ladrones.
Llegamos a la pendiente de césped que está delante de la puerta principal de la Ámsterdam, ahí estaban parados desafiantes los dos “delincuentes”. Al detenernos y acercarnos, nos rodearon cerca de ocho o nueve “chicos”, alguno no tanto, ya que por lo menos dos de ellos, eran unos morenos bastante mayores que los demás y que nosotros mismos. Uno de esos dos “grandes”, enseguida tomó la voz de mando y nos demostró con hechos, no tener ninguna intención de devolvernos lo que sus “amiguitos” (cómplices) nos habían robado momentos antes.
A mi primo no se le ocurrió mejor idea que intentar arrebatarle su campera de jean a quien se la había sacado a él de la mano; esto fue el detonante para que el resto de la banda se lanzara sobre nosotros y nos dieran una de las mayores palizas que recibí en mi vida.
Mientras todo esto sucedía, la gente que pasaba por el lugar (que era mucha, ya que se jugaba nada menos que un clásico), se mostró totalmente indiferente ante semejante pelea despareja; aunque en realidad yo no la llamaría pelea, ya que nosotros solo recibimos, porque creo que, por lo menos yo, no pude meter ninguna.
Mas allá de alguna marca en la cara y magullones en todo el cuerpo, el asunto terminó con una negociación entre las partes; o sea, luego de recibir tremenda paliza, les dimos la plata que teníamos para la entrada a cambio de recobrar mi gorro y la campera de mi primo.
Por supuesto que ese día, nos quedamos sin clásico y volvimos golpeados y humillados a nuestra casa.
1978, Morena y los 7 goles a Huracán Buceo
Pasaron los años y llegó 1978. Uruguay, lamentablemente había quedado eliminado del Mundial de FIFA que organizaban nuestros vecinos Argentinos, por lo que el fútbol local era la principal atracción para los amantes de este deporte en nuestro país.
Y quiso el destino que el 16 de Julio de ese año 1978, fecha en que se cumplían 28 años de la mayor hazaña del fútbol mundial, el famoso e inolvidable “Maracanazo”; Peñarol se enfrentaba en el Centenario a Huracán Buceo, en la segunda rueda de la Copa Uruguaya.
Ya con 20 años, acostumbraba ir a la Ámsterdam a ver a Peñarol, pero ese día, no recuerdo porqué, estaba escuchando el partido por radio en mi casa. Fernando Morena, estaba en su mejor momento y ese día quedó demostrado en la red del rival. Peñarol ganó 7-0, con 7 anotaciones del máximo goleador de la historia aurinegra y del fútbol Uruguayo.
Fernando Morena, “el Potrillo”, batió el record que ostentaba desde el año 1947, otro carbonero, Nicolás Falero, quien le había anotado 6 goles al C.A. Cerro.
Cuando esa noche vi los goles por televisión en el informativo (todavía se podían pasar los goles y las jugadas sin tener que esperar 24 o 48 horas, ni pedirle permiso a nadie), no podía creer semejante goleada; habían goles de todo tipo y todos convertidos por el mismo jugador, mi ídolo de todos los tiempos, el inigualable Fernando Morena.
Este record de Morena de 7 goles en un solo partido, jamás hasta la fecha pudo ser batido; lo curioso fue que en el minuto 90 de ese partido contra Huracán Buceo, Morena erró un penal, lo que impidió que ese increíble record fuera de 8 goles. Su condición de goleador era tan impresionante, que en otras dos oportunidades marcó 6 goles y en otras dos 5 goles.
Ese mismo año 1978, Fernando Morena fue goleador del Torneo Uruguayo con 36 anotaciones, cifra que también, al día de hoy, jamás fue superada.
1981, campaña para traer nuevamente a Fernando Morena a Peñarol
Recuerdo un enorme titular de diario de la época (1977 o 1978), que hacía referencia a Fernando Morena como el jugador de fútbol mejor pago del país; decía algo así: “Nuevo contrato de Fernando Morena con Peñarol, 30 mil pesos por mes, el goleador cobra mil pesos por día…”, refiriéndose a su nuevo sueldo, para aquella época, una verdadera fortuna.
Después de triunfar y batir todos los records en lo que a goles se refiere, Morena se había convertido en el máximo goleador de la historia aurinegra y de todo el Uruguay; por lo que era el momento justo para pasar a un equipo europeo.
Peñarol lo vendió al Rayo Vallecano de España (1979-1980); la temporada siguiente pasó al Valencia (1980-1981). Su experiencia europea no fue muy trascendente dentro de su carrera, por lo que Peñarol, luego de casi 3 años, pensó en traerlo nuevamente.
Pero como el valor del pase de Morena era muy alto y prácticamente inaccesible para Peñarol, a su presidente Washington Cataldi y su tesorero José Pedro Damiani, se les ocurrió la brillante idea de que los propios hinchas aurinegros aportaran económicamente para repatriar a su goleador. Así empezó una campaña increíble a la que llamaron: “A Morena lo traemos todos…”, frase que daba comienzo a un shingle muy pegadizo que todo peñarolense de aquella época, sabía y la cantaba (hasta hoy la recuerdo perfectamente).
Se vendieron bonos colaboración y con ellos, los hinchas aurinegros, logramos el cometido y Fernando Morena volvió al club de sus amores.
La condición del club Español era que el goleador terminara la temporada en el Valencia. Como el pase ya estaba inscripto en la AUF, solo faltaba que el jugador firmara personalmente el pase.
El día que Morena retornó al país para esto, el pueblo carbonero salió a las calles. El recibimiento en el aeropuerto fue impresionante; la caravana por las calles durante el recorrido hasta la AUF era enorme. Era tanta la gente y los autos en el centro, que hubo que cortar el tránsito.
Luego de firmar del pase, Morena se trasladó hasta el Palacio Peñarol y fue recibido por otra multitud de hinchas (entre ellos, un servidor), quienes con lágrimas en los ojos, coreábamos el nombre de nuestro ídolo. En ese acto, muy emocionado y yo creo que impactado por la magnitud del recibimiento que se había hecho, el “Nando” dijo: “Si sabía que me querían tanto, nunca me hubiese ido de Peñarol…”
Por los altoparlantes sonaba el shingle que acompañó toda aquella campaña: “A Morena lo traemos todos, porque todos somos Peñarol…, una hinchada que se juega entera, por Morena el gran goleador...”.
Sin dudas, un día que jamás olvidaré en mi vida.
25 de Noviembre de 1981, el clásico de la vuelta de Morena a Peñarol
Ese día, como casi siempre, estaba en el Centenario; mas aún, siendo el día en que mi ídolo de toda la vida (y el de toda la parcialidad aurinegra), volvía al fútbol Uruguayo.
Recuerdo que vendían afiches con la caricatura del “Nando” con una jeringa en la mano; con un mensaje que decía que Morena volvía para "Vacunar a Nacional". Peñarol ganó el clásico 3-2, y Fernando Morena “vacunó” a los “bolsos” en dos ocasiones.
Ese año 1981, Peñarol terminó coronándose Campeón Uruguayo. Ese año, el “Nando” no fue goleador del campeonato Uruguayo porque no jugó todos los partidos del mismo; el goleador fue el también aurinegro Ruben Paz, con 17 goles.
Fernando Morena, volvió a ser goleador del Campeonato Uruguayo al año siguiente.
1982, cuarta Copa Libertadores de América
En 1982, recuerdo aquella final con Cobreloa de Chile; el empate 0-0 en el Centenario, parecía complicar la obtención de la tan esperada cuarta Libertadores. Los “bolsos” festejaron ese empate porque sabían que ganarle al Cobreloa en Chile, era casi imposible. Pero Peñarol es Peñarol, y aún en los que parece imposible, nunca hay que darlo por muerto.
Cuando terminaba el partido en Chile con otro empate sin goles, recuerdo como si hubiese sido ayer, aquella corrida tremenda de Venancio Ramos por la punta derecha; iban los 89 minutos, se terminaba el partido, el “chicharra” levanta la cabeza y ve en el segundo palo como el “Nando” se acomodaba para recibir el pase; Venancio saca el centro y con una pirueta fenomenal en el aire, Morena acomoda su cuerpo y con un certero remate, le da el triunfo y la cuarta Libertadores de América a Peñarol. Otra vez como nos gusta a los Manyas, otra vez en la hora, Peñarol enmudecía un Estadio y se quedaba con una victoria hazañosa, increíble, para algunos imposible; otra victoria “A LO PEÑAROL…”.
Aquella alocada corrida de Morena sobre el borde de la línea del costado de la cancha, del lado de lo que sería la tribuna Olímpica en el Centenario, fue inolvidable. Verlo caer de espaldas, con los brazos levantados hacia el cielo fue lo máximo. Eran tantas las cosas que caían de la tribuna Chilena (principalmente recuerdo las naranjas), que casi nadie se pudo acercar a abrazarlo, por miedo de recibir un proyectil y ser lastimado.
Grité ese gol hasta quedar sin voz; terminó el partido y salí a la calle envuelto en la bandera mas linda del mundo. En pocos minutos ya había gente en cada esquina, con banderas, camisetas, gorros; cualquier cosa con los colores amarillo y negro servía para festejar una nueva conquista continental del mas grande de todos.
No se cómo ni en cuánto tiempo, pero 18 de Julio se llenó de gente aurinegra que festejaba enardecida aquella nueva conquista; las caravanas hacia el centro eran interminables; las bocinas anunciaban que había un nuevo Rey de América y era Uruguayo; sus colores “Oro y Carbón”; si señores, nuevamente, el Rey de América era el Club Atlético Peñarol.
Y como el aurinegro es pueblo, las transmisiones de televisión mostraban cómo en todas las ciudades del país, por sus calles principales, se veían caravanas festejando un nuevo triunfo del equipo del pueblo; un triunfo “A LO PEÑAROL…”, como nos gusta a los Manyas, de visitante y en el último minuto del partido.
Mas de la mitad del país (sin dudas muchos mas), estábamos felices, radiantes; mientras otros (los menos), aquellos que luego del empate 0-0 en el Centenario nos dieron por muertos, “lloraban” sin salir de sus casas, la pena de un nuevo triunfo del glorioso Manya.
Peñarol escribía una nueva página en su rica e incomparable historia; el aurinegro se consagraba por cuarta vez como el mejor equipo de fútbol de América, y ese día muchos lo sufrieron, pero muchos, muchos mas lo gozamos.
Recuerdo que esa noche llovía y era época de Elecciones Internas de los partidos políticos Uruguayos, realizadas el 28 de Noviembre de 1982, dos días antes de la segunda final en Chile, el 30 de ese mismo mes.
Recuerdo uno de los cánticos de los hinchas que habían “copado” las calles festejando la obtención de una nueva Copa Libertadores por Peñarol; el mismo decía: “Y LLORA Y LLORA, PACHECO Y COBRELÓA…”, en clara alusión a la derrota del político colorado en las internas de su partido.
1982, tercera Copa del Mundo
A partir del año 1980, el Campeón Intercontinental (Campeón de la UEFA vs. Campeón de la Conmebol Libertadores), se definía en un solo partido, en Tokio, Japón.
En esa final, la firma de automóviles Toyota, principal auspiciante de la misma, entregaba como premio a quien convirtiera el primer gol del partido, o en su defecto, a quien fuera considerado el mejor jugador del partido, un hermoso Toyota Célica, el auto deportivo del momento. Recuerdo que era flor de “máquina”, un auto hermoso; era como ahora tener una Ferrari o un Lamborghini.
Se decía que los jugadores del plantel habían hecho un pacto antes del partido, sin importar quién fuese que se llevara el Toyota, el auto sería vendido y el dinero que se obtuviera por dicha venta, se repartiría de forma equitativa entre el plantel.
También se supo que el único jugador del plantel que no estaba de acuerdo con este arreglo, era el brasileño Jair; él dijo que si él ganaba el auto Toyota, se lo quedaría. Esta posición “egoísta”, no calló bien entre sus compañeros.
El 12 de Diciembre de 1982, Peñarol se enfrenta al Aston Villad de Inglaterra, ganando por 2-0, con goles del Brasileño Jair y de Walkir Silva.
Quiso el destino que el primero gol del partido llega por un tremendo remate de Jair, que Fernando Morena termina empujando el fondo de la red cuando la pelota ya había traspasado la línea de gol. El Juez del partido le dio el gol al brasileño, quien ganó el auto cero kilómetro.
Esa situación dividió al equipo y muchos dicen que fue la causa de que Peñarol no retuviera el título de Campeón de América al año siguiente (1983), perdiendo la final de la Libertadores contra Gremio de Porto Alegre.
1987, el clásico del 8 contra 11
El año 1987 fue uno de los mas recordados por quienes tenemos el honor y el orgullo de poder sentir eso que nos hace tan especiales; eso que bien describe la letra del hermoso tema “Campeón del Siglo”: “ORO Y CARBÓN ME CORREN POR LAS VENAS…”.
El 23 de Abril de ese año, se jugaba un clásico por un triangular Internacional llamado Copa Andalucía, en el que estaban el Betis (de Sevilla, España), Nacional y por supuesto, mi querido Peñarol. Los acontecimientos que rodearon aquel clásico lo hicieron inolvidable e inigualable; algo que solo Peñarol pudo lograr.
Empezamos ganando con gol de “el zurdo” Ricardo Viera a los 33 minutos del primer tiempo; pero enseguida de comenzar el segundo tiempo, empata Nacional.
Faltando 22 minutos, el juez Cardellino le saca roja a Viera; sin dudas eso nos condicionaba para el resto del partido; pero había mas, cuatro minutos mas tarde, en la misma incidencia, son expulsados José Perdomo y “El Pepe” Herrera.
Ahora Peñarol tenía tres hombres menos en cancha, eso, para cualquier equipo, era una verdadera desventaja, mas aún faltando mas de 15 minutos para el final del partido; pero era un clásico y siendo Peñarol, nada estaba dicho y todo podía pasar…, y pasó.
Como al otro día se publicó en el titular de un importante periódico montevideano: “EN LA LISTA DE IMPOSIBLES, HABÍA UN LUGAR…”, y ese lugar no podía ser para otro que no fuera para Peñarol, el Peñarol de lo imposible, el Peñarol de los milagros.
Lejos de amedrentarse por la desventaja en el número de jugadores, esa desigualdad pareció inyectar fuerza y coraje a los 8 aurinegros que seguían dentro del campo de juego.
Al minuto 83, Jorge Cabrera (que había entrado a los 63 minutos por Daniel “El Pollo” Vidal), concreta lo que para muchos era un imposible, el segundo gol del Manya, que a la postre, le permitía concretar una de las hazañas mas importantes de la rica historia aurinegra, nunca antes lograda y hasta hoy, nunca igualada; el famoso clásico de los “8 CONTRA 11”, ganado por el glorioso Peñarol, por 2 tantos contra 1.
1987, quinta Copa Libertadores de América
Ese mismo año, con el maestro Oscar Tabarez en la Dirección Técnica (también fue el técnico del clásico “8 contra 11”), Peñarol volvería a dejar su marcar en la Copa Libertadores de América, ganándola por quinta vez en su historia; sin dudas, otro recuerdo imborrable en mi memoria, esa memoria empapada de gloria, gracias a mi querido Peñarol.
La final era contra América de Cali (Colombia), quien llegaba por tercera vez consecutiva a la final de la Copa Libertadores de América, luego de perder la misma primero con Argentinos Juniors (Argentina) en 1985, luego con River Plate (Argentina) en 1986.
Por los antecedentes de América de Cali en las dos últimas ediciones, no sería fácil para Peñarol lograr conquistar su quinta Copa Libertadores, y en los hechos, así quedó demostrado.
En la primer final en Colombia, perdimos por 2-0. Esto significaba una ventaja para el América de Cali, quien con solo empatar en el Centenario, se coronaría Campeón. Al aurinegro, no le servía otro resultado que ganar como local para forzar un tercer partido.
Ese día, los nervios estaban a flor de piel, yo sabía como todo Manya del mundo, que si Peñarol no ganaba esa segunda final, el Campeón sería por primera vez en su historia, el América de Cali. Pero Peñarol tiene eso que solo los Manyas comprendemos, por lo que todos sabíamos que la victoria ese día, era mas que posible, era prácticamente un hecho.
Como todos esperábamos, pero con mas angustia de la que queríamos, ganamos el partido 2-1 con un gol de “la fiera” Diego Aguirre y un tiro libre impresionante del “Bomba” Villar, a los 87 minutos del segundo tiempo.
Todos los que estábamos en el Centenario, nos colgamos de la reja de la América contra la Ámsterdam con Villar a gritar ese gol agónico, “a lo Peñarol”, que nos daba la posibilidad de ir a un tercer y definitivo partido en Chile. Por los resultados dados en ambos partidos, América de Cali seguía contando con la ventaja para nada despreciable, de que solo con un empate, sería Campeón de América.
El día de la final definitiva en el estadio de Chile, estaba en la cocina de mi casa, mirando el partido en una televisión Toshiba, blanco y negro de 14 pulgadas; mi tercer hija de apenas 3 meses, se encontraba dormida a mi lado en el cochecito.
Sufrí todo el partido, que se iba sin lograr el objetivo. El 0-0 nos condenaba y le daba la gloria a América de Cali. Faltaban 10 segundos para el final del partido y la hinchada Colombiana empezó una cuenta regresiva que se escuchaba en todo el Estadio de Santiago; mi corazón palpitaba a mil al sentir ese “siniestro” conteo: 10, 9, 8, 7 y así siguieron hasta llegar al cero y con él, llegaba el final de la ilusión de miles y miles de aurinegros, por ganar la quinta Copa Libertadores.
Mas rabia me dada al imaginar la alegría y el goce que estaban viviendo los “bolsos”, que seguramente realizaban con los colombianos que estaban en Chile y los que se quedaron en Colombia, esa cuenta regresiva hacia el final del partido y la eliminación de Peñarol.
Pero lo que los colombianos (y los “bolsos”) no entendían (y nunca van a entender, porque solo quienes amamos y sentimos estos colores tenemos la capacidad de hacerlo), era que en la cancha estaba Peñarol, el Peñarol de los milagros, el de las hazañas increíbles, el Peñarol de lo imposible. Cuando toda Colombia (y una pequeña parte de gente Uruguaya), gritaba el cero de aquella aparentemente fatídica cuenta regresiva, apareció el disparo de “la fiera” Diego Aguirre, para cambiar la alegría de “bando”, de país y de Institución.
Cuando la pelota golpeó la red, tiró por tierra la esperanza de todos los jugadores de América de Cali, la de los colombianos que los acompañaron a Chile y los que esperaban para festejar en su propio país.
Ese gol agónico de Aguirre, terminó también con la ilusión de muchos “bolsos” que veían con envidia como Peñarol conquistaba su quinta copa Libertadores, cuando ellos apenas llegaban a dos.
Aquel “cero” de la cuenta regresiva que parecía llevar al equipo colombiano directo a la gloria, se volvió en su contra y el tiro inatajable de “la fiera”, terminó con la ilusión de aquellos pobres jugadores, que no encontraban explicación a lo que estaban viviendo y sufriendo en ese final infartante del partido.
Recuerdo la imagen del defensa cayendo casi dentro del arco, tomándose la cabeza con ambas manos, luego de ver cómo la pelota entraba en su arco. La corrida solitaria de Aguirre por todo lo largo del estadio de Chile, daba lástima que nadie lo abrazara; yo quería meterme en la tele y abrazarlo. La cara de asombro y alegría del “Tito” Goncalvez, que se agarraba la cabeza sin poder creer lo que pasaba y corría fuera de la cancha festejando aquel gol increíble de Diego Aguirre.
Como en el ’82, pero esta vez en el último suspiro del partido, Peñarol lograba lo que para muchos era imposible y para nosotros, los Manyas, ya es mas que una costumbre.
Mi grito fue tan grande, que mi hija saltó en su cochecito; por un rato me olvidé de ella (pobrecita); caí frente al televisor y mis rodillas golpearon dolorosamente el piso de la cocina de mi casa; con los ojos llenos de lagrimas, me abracé y besé aquel televisor rojo de 14 pulgadas como si fuera la mujer mas bonita del mundo.
Así permanecí durante varios segundos, arrodillado, gritando ese gol sin poder creer lo que estaba sucediendo; otra ves Peñarol, otra vez el milagro, la hazaña; otra vez en la hora y esta vez mas en la hora que nunca, mi glorioso y querido Peñarol me daba una de las alegrías mas grandes de mi vida.
Me levanté con las rodillas doloridas pero no me importó, salté de alegría; grité ese gol por horas, lo vi y la volví a ver mil veces mas. Sabía que era algo irrepetible, que estaba viviendo uno de los momentos mas apasionantes y emocionantes que este maravilloso deporte que es el fútbol, le estaba regalando al mundo entero, y todo gracias a mi querido Peñarol.
Aún hoy, después de tantos años, me emociono hasta las lágrimas al recordarlo, al verlo, al escucharlo. Otro partido ganado “A LO PEÑAROL…”.
Todo era alegría y festejos, acá en Uruguay y allá en Chile. La gente salió a la calle; yo agarré el auto y a mis hijas, y nos fuimos para 18 de Julio; la cantidad de vehículos que había en las calles era impresionante, demoramos horas en transitar unas pocas cuadras, nos movíamos a “paso de hombre”; el auto se recalentó y tuve que volver (como puse), a casa. Seguimos los festejos por televisión; todo el país era una fiesta.
Como tituló en su portada la famosa revista Argentina “El Gráfico”, en su siguiente edición, 24 horas después del resonante triunfo aurinegro: “PEÑAROL DE LOS MILAGROS…”, con una foto de “La Fiera”, Diego Aguirre, levantado en andas por los aficionados, agitando una pequeña bandera de Peñarol en su mano derecha; y mas abajo, en letras tan grandes como la gloria e historia de Peñarol: “CAMPEON DE AMERICA”.
En una parte de su editorial, el periodista relata (cito textualmente): “La lógica más pura, el razonamiento mas objetivo y desapasionado, me indicaban que no podía existir en el mundo un equipo de fútbol que todavía guardara en su alma y en sus músculos, en su corazón y en sus tobillos, en su mente y en sus fibras nerviosas; ese resto de lucidez, fervor, energía, entereza y potencia capaz de producir el milagro en el escaso tiempo que faltaba.”; lo que este prestigioso periodista no sabía y no tuvo en cuenta, pero creo que ese día aprendió, es que sí hay un equipo de fútbol así en el mundo, y ese equipo se llama PEÑAROL.
1987, final Intercontinental en la nieve
En uno de los partidos mas increíbles que he visto en mi vida, el 13 de Diciembre de 1987, Peñarol como Campeón de América, se enfrentó al Porto de Portugal, Campeón de Europa, en el partido por la Copa Intercontinental que se jugaba en Tokio, Japón.
Las condiciones del tiempo eran tremendas; si nos quejamos cuando hay que jugar en La Paz u otros lugares por la altura y sus peligros para la salud de los jugadores; que decir de jugar con no se cuántos grados bajo cero.
Esto sin dudas era una ventaja para el equipo Portugués, que estaba acostumbrado a la nieve en los inviernos de Europa, en comparación con nuestro Peñarol, en el que muchos de sus jugadores nunca habían visto ni estado en la nieve antes de ese día.
De todas formas, el Manya hizo un buen papel; la transmisión no se veía bien por la nieve que caía; los jugadores de Peñarol se pasaban mas en el piso (sobre la nieve), que de pie; supongo que era como patinar en el hielo.
A pesar de tener todo en contra y de empezar perdiendo, el Manya empató faltando 10 para el final con gol del “zurdo” Viera, aunque apenas lo pude ver, lo grité como nunca.
Y fuimos al alargue (otro sufrimiento mas el tener que seguir 30 minutos mas en la nieve y el frío); y pasó lo que se esperaba y temía, tras un despeje largo de los europeos desde su cancha, la pelota queda “clavada” por la nieve y Obdulio Trasante que no contaba con eso, (porque como sus compañeros, nunca había jugado en la nieve), se quedó “clavado” como la pelota, y el jugador europeo (acostumbrado a la nieve), no; le robó la pelota, pateó desde afuera del área; el balón tan congelado como los jugadores, pasó por arriba de Eduardo Pereira, que se había adelantado en busca de esa misma pelota que Trasante dejó para él, pero que nunca llegó (porque la frenó la nieve). Pereira quiso reaccionar porque pareció que la nieve nos daría una mano; pero fue solo un amague, porque cuando parecía que la pelota se iba a frenar y el golero de Peñarol podía llegar a evitar el gol, la muy desgraciada siguió rodando y entró al arco aurinegro para marcar el 2-1.
Sufrí el partido igual que los jugadores; veía como se iba el partido y no llegaba el milagro tan esperado como acostumbrado. En los descuentos, cuando Peñarol iba a patear un corner; tenía el presentimiento que empatábamos, pero el juez no lo dejó patear y lo terminó (no sea cosa que Peñarol empatara y tuviese que aguantar el fría hasta la tanda de penales), dejándonos sin la cuarta Copa Mundial.
Hoy se sabe que ese partido quedó en la historia, por ser el primer y único partido en que un equipo sudamericano jugó en la nieve; y si, tenía que ser Peñarol.
1994, primer “enfrentamiento” con mi mujer por Peñarol
Cuando empecé a salir con mi actual mujer, luego de asegurar la relación y ya ser un hecho el amor que sentíamos el uno por el otro, me enteré que ella era “simpatizante” de Nacional. Para qué…, fue como recibir una puñalada en el pecho; cómo podía ser que me enamorada perdidamente de una chica de Nacional.
Hubo un primer “acercamiento de las partes”, pero una de las posiciones (la mía), era intransigente e inamovible: o se hacía de Peñarol, o se terminaba la relación.
Aceptó mi propuesta (demostrando su inteligencia de la que nunca dudé), y me empezó a acompañar al estadio a ver a Peñarol; al principio “calladita” y hasta algo incrédula por la situación. Pero estábamos en el segundo año de lo que después, sería el segundo Quinquenio de Peñarol, por lo que cada vez se entusiasmaba (y se acostumbraba) mas a mi fanatismo y locura por el Manya. Tanto fue así, que al poco tiempo no solo me acompañaba, también empezó a festejar y a gritar conmigo los goles de Peñarol. La tarea estaba hecha; ya se había convertido; ya era tan aurinegra como yo (bueno, creo que no tanto, pero algo es algo).
Gracias a Dios, hace mas de 24 años que estamos juntos; tenemos 2 hijos maravillosos (por supuesto, ambos de Peñarol), y nos amamos mas cada día.
1997, un final de Quinquenio complicado
Mas allá de la incomparable alegría y la importancia relevante del nacimiento de mi cuarta hija, el año 1997, en lo que se refiere a Peñarol, también fue un año inolvidable.
Los hechos deportivos que se dieron ese año, marcaron mi memoria y dejaron hermosos e imborrables recuerdos; de esos que a pesar de hacerse costumbre, nunca nos van a dejar de alegrar y hacernos agradecer el hecho de ser hincha del mejor equipo del mundo, Peñarol.
19 de Octubre de 1997, remontada clásica “a lo Peñarol” - Si perdíamos ese clásico, perdíamos la posibilidad de ganar el Uruguayo de ese año (1997), y por supuesto, el segundo quinquenio del Manya. La cosa no pudo empezar peor, comienza a ganar Nacional 1-0. Peñarol empata casi enseguida con gol de “el profesor” Pablo Bengoechea 1-1; pero luego, en poco mas de 3 minutos, el rival concreta 2 goles mas, para ponerse arriba 3-1.
La gente del “otro cuadro” festejaba porque ya se sentían ganadores y con ese para ellos seguro triunfo, también festejaban que le cortaban la posibilidad de concretar el segundo “Quinquenio de Oro” de Peñarol.
Lo que esa otra gente no tenía en cuenta (por no estar tan acostumbrados como nosotros), era que delante de ellos estaba Peñarol, y cuando se está enfrentando al Manya, nunca tienen que festejar antes de que el juez pite el final y de por terminado el partido; y esto, algunos que aún no lo sabían, lo aprendieron ese 19 de Octubre de 1997.
A pesar de todo y de la esperanza que como todo buen aurinegro nunca perdí, reconozco que ese día la vi fea y muy difícil, pero nunca perdida; sabía que Peñarol podía remontarlo, no solo lo presentía por ser de Manya (en las buenas y en las malas), sino porque ya en otras ocasiones, esta camiseta amarilla y negra, lo había demostrado al mundo entero.
Sobre el final del primer tiempo, “el Lucho” Romero (ese mismo que lamentablemente después de pasó de bando), puso de Peñarol 2-3, y así se fue al descanso. Ya los “bolsos” no cantaban ni festejaban tanto, se la veían venir. Grité ese gol como pocas veces lo había hecho, sabía que empezaba a darse vuelta la historia; estaba cada vez mas seguro de que pasaría lo que al final pasó. Faltando menos de media hora para el final del partido, el “Tito” Goncalvez agarró un rebote de Incola luego de un tiro libre de Bengoechea, y la mandó guardar. El lado del Centenario donde estaba la hinchada de Nacional quedó mudo; del otro lado (mucho mas de la mitad del Estadio), todo era alegría y festejo.
Otro grito que me dejó ardiendo la garganta. Mi hija Agustina, con apenas 6 meses, lloraba sin entender porqué el loco de su padre, gritaba como un desquiciado, mientras su madre (mi mujer) me pedía que me calmara porque “me iba a dar algo”. Pero Peñarol es Peñarol y ella sabía la pasión que yo sentía y aún siento por este equipo, mi equipo del alma.
Faltaban 14 minutos y Peñarol por medio de Juan Carlos De Lima (ex de Nacional), logró lo que muchos (de ellos) no creían posible; Peñarol daba vuelta el clásico y se ponía arriba 4-3, en una de las remontadas clásicas mas recordadas, por su importancia para el Campeonato de ese año y para la obtención del segundo “Quinquenio de Oro” de Peñarol; algo que ningún otro equipo Uruguayo, hasta el momento ha logrado.
A esa altura, yo ya me revolcaba por el piso y hacía gestos (irrepetibles por lo groseros, yo diría casi obscenos), frente al televisor: “Querían ganar…, ésta van a ganar…” y otra serie de improperios y epítetos inadecuados, sobre todo frente a mi pequeña hija y a su madre, quien por supuesto hizo lo que cualquier persona cuerda haría, se la llevó de aquella locura que me había poseído a la pequeña, para que no le quedara la imagen de su padre totalmente enloquecido por un simple partido de fútbol. Pero fue demasiado tarde, porque gracias a Dios, hoy aquella pequeña niña de 6 meses, es tan hincha y fanática del Manya que yo mismo; eso sí, sin dejar de lado la delicadeza de su feminidad.
26 de Octubre de 1997, partido inolvidable contra Cerro - Luego del clásico dado vuelta por Peñarol, ganado por 4 a 3 luego de ir perdiendo 3 a 1; se debían dar una serie de resultados para que Peñarol lograra el Torneo Uruguayo 1997 y así, el añorado segundo “Quinquenio de Oro”.
Entre esos resultados, debía ganar Defensor su partido contra Nacional. Se especuló que los “bolsos” se dejarían ganar para así cortar el quinquenio de Peñarol; pero no se si por ética, moral, fair play o que se yo; Nacional ganó por 1-0 contra Defensor, con gol de Carrasco; gol muy recordado y muy criticado por mucha gente del propio Nacional.
Esa fue la primera, única y última vez en mi vida, que festejé un gol de Nacional.
Luego vino el partido contra Cerro, fue “infartante”. Peñarol nuevamente debía ganar si quería seguir con aspiraciones de ganar el uruguayo y conseguir el ansiado quinquenio.
Empezamos ganado con gol del “Lucho” Romero; con otro de Pacheco, el aurinegro se pone 2-0. Parecía todo liquidado, pero Cerro remonta los dos goles y empata el partido. Romero nuevamente pone en ventaja a Peñarol, el partido está 3-2 en favor del aurinegro, pero Cerro no se daba por vencido y vuelve a empatar.
Se acercaba el final del encuentro y el empate dejaba a Peñarol fuera de la pelea por el Uruguayo 1997, así como también se terminaba el sueño del segundo Quinquenio. Pero el partido no había terminado y estando en la cancha la camiseta mas linda del mundo, la amarilla y negra, todo podía pasar. Y pasó; otra vez me quedé sin garganta gritando el golazo de De Lima en los descuentos, para darle a Peñarol un triunfo que lo dejaba con chances para lograr la hazaña de ganar el segundo quinquenio de su historia. Ese día y después vivir y sufrir el clásicos remontado “a lo Peñarol”, supe que ese campeonato imposible, sería nuestro.
5 de Noviembre de 1997, otro clásico ganado “a lo Peñarol” - Luego del enorme triunfo frente a Cerro, ganamos 1-0 a Huracán Buceo; entonces la situación quedó así, Nacional había ganado el Apertura, Defensor el Clausura y Peñarol la Tabla anual, pero compartiendo ese primer lugar con Defensor. Esto ponía a Defensor directo en la final y el otro finalista del uruguayo de 1997, se definiría con un nuevo clásico.
Aquel 5 de Noviembre otra vez empezamos perdiendo; el primer tiempo terminó 1-0 a favor de Nacional. En cuanto empieza el segundo tiempo, el “bolso” se pone 2-0 y otra vez festejaron pensando que cortarían el quinquenio de Peñarol (ilusos, nunca van a aprender).
Cuando Marcelo Zalayeta pone el 1-2, los fantasmas de la remontada que el Manya había logrado en el clásico anterior, rondaba entre los hinchas “bolsos” (que ya no cantaban ni festejaban tanto). Por mi parte, estaba eufórico, y aunque quise contenerme principalmente por mi pequeña hija, no lo pude hacer por mucho tiempo.
Faltando 25 minutos para el final del partido, el “Lucho” Romero empata el partido y un silencio aterrador invadió la parte (siempre menor), que ocupaba la parcialidad de Nacional; mientras del otro lado (la parte con mas gente, “pintada” de amarillo y negro), deliraba de alegría, igual que yo en mi casa, frente al televisor. En esa jugada, Romero se lesiona y por él, entra Juan Carlos De Lima.
Casi me enloquezco de alegría, cuando a los 77 minutos, el propio De Lima, marca el tercero para Peñarol, que se pone en ventaja 3-2 (luego de ir perdiendo 2-0). Era algo para muchos increíble, para nosotros (los aurinegros) siempre posible; otra vez De Lima era quien convertía el gol del triunfo, ese mismo jugador que semanas antes, había marcado el cuarto gol que daba vuelta aquel clásico 4-3 luego de ir perdiendo 3-1, y el cuarto gol contra Cerro.
El estadio Centenario era una fiesta del lado de la Colombes, gran parte de la Olímpica y otra gran parte de la América, donde estaba la hinchada del “carbonero”; la otra (casi) mitad, un silencio profundo, total; a pesar de haberlo vivido algunas semanas antes, no se convencían de lo que estaba pasando. Otra vez Peñarol les daba vuelta el partido; otra vez Peñarol ganaba un clásico “a lo Peñarol”.
Finales con Defensor - Peñarol ganó las 2 finales por el Campeonato Uruguayo 1997, la primera 1-0 con gol de Serafín García y la segunda 3-0 con goles de Bengoechea, Pacheco y De Souza. Para esas dos finales, hice un esfuerzo y fui al estadio; sin dudas fue una de las emociones mas grandes que jamás viví; prácticamente todo el estadio era de Peñarol (con todo respeto a la hinchada de Defensor). La primer final fui solo, pero a la segunda, llevé a mi hija Lorena en ese momento de 13 años; recuerdo la emoción en sus ojos (y en los míos), cuando faltando algunos minutos para el final, cuando ya el partido estaba 3-0, todo el estadio empezó a cantar (yo incluido): “QUINQUENIO, QUINQUENIO, QUINQUENIO…”.
Cuando salimos, nos encontramos con una cantidad de gente que deambulaba por los alrededores del Centenario; esto asustó a mi hija, al punto de pedirme: “Vamos papá…”.
Estoy seguro que para Lorena fue una noche inolvidable; creo que ahí, a partir de ese momento, Lorena terminó de hacerse fanática de Peñarol (hincha ya era desde muy chiquita).
Emprendimos la vuelta esquivando un mundo de gente que arrancó por Av. Italia hacia 18 de Julio. Llegamos a casa y seguimos los festejos por televisión.
1999, Copa Sudamericana
Otro recuerdo que me marcó fue en 1999 y no precisamente por lo deportivo, fue cuando Peñarol fue eliminado de la Copa Sudamericana por Flamengo de Río de Janeiro, Brasil. A pesar de ese día haber ganado 3-2 en el Centenario, como Peñarol había perdido 3-0 en Maracaná, quedamos afuera. Pero esa pena por la eliminación no fue nada al lado de la tremenda “piñata” que se armó acá en el Centenario con los brasileños; una pelea general que pasó a la historia y tuvo repercusiones en todo el mundo.
Ese día fui solo al estadio; con mi riñonera hacia delante para evitar “tentaciones” de los amigos de lo ajeno; llegué y me ubiqué en la cola para sacar la entrada para la Olímpica.
Estaba por empezar el partido y la cola era enorme, entonces desde atrás empezaron a agitar y a empujar porque estaba los vivos de siempre que se colaban por el costado. Yo estaba tan emocionado que empujaba a la par de los otros, sin darme cuenta de que alguno de esos que empujaban de atrás, me había abierto la riñonera y “afanado” la billetera. En aquel “borbollón” perdí todo, los documentos, las fotos de mis hijas y la plata de la entrada.
Entonces vi a un “moreno” que paraba a los fondos del Sanatorio Impasa (donde yo trabajo), revendiendo entradas; me acerqué y lo encaré para saber si me podía dar algún “dato” que me ayudara a recuperar los documentos: “Con eso no tengo nada que ver…”.
Enojado porque no podía ver a Peñarol, me fui a la novena (que estaba mismo en el estadio, abajo de la Colombes), para hacer la denuncia. Delante mío había un muchacho muy enojado, cuando el agente lo atiende, el jovencito gritaba: “ME AFANARON EL PANCHO…, PASÓ UNO CORRIENDO Y ME SACÓ EL PANCHO DE LA MANO…”; estaba malísimo el tipo por aquel embutido hurtado, y yo me reía solo, mientras esperaba turno para hacer la denuncia por mi billetera robada.
2008, el clásico de la “Gallina” inflable
El 11 de Mayo del 2008 (coincidentemente, día de la madre en Uruguay), se jugó el clásico recordado como “el clásico de la Gallina inflable”.
Peñarol ganó 4-2, con goles de el “Tony” Pacheco, de tiro libre, el “pollo” Olivera (un verdadero golazo, amontonando rivales y definiendo como los dioses); Carlos Bueno y el último, otro golazo del “pollo” Olivera.
En ese clásico, “Charly Good” (como le decía algún relator de radio a Carlos Bueno), hizo entrar a varios jugadores “bolsos”; dos de las tres expulsiones se debieron a las “picardías” de Bueno, que de bueno no tenía nada y hacía “entrar” al mas tranquilo de los jugadores de cualquier equipo rival.
Pero ese día, lo que mas llamó la atención y enmudeció a la tribuna Colombes (que como casi siempre, no estaba llena por los “bolsos”), fue la aparición casi por arte de magia, a eso de los 15 minutos del primer tiempo, de una enorme gallina inflable blanca, con un escudo con los colores de Nacional en su pecho, pero con la palabra “HIJOS”.
Cómo se entró aquel inflable gigantesco y los elementos que fueron necesarios para inflarlo, se supo después, cuando el propio “hincha” lo cuenta en la película “Manyas”.
Mas allá del triunfo 4-2 de Peñarol en un nuevo clásico y del “baile” que ocasionó que la tribuna Ámsterdam (llena como siempre), la mayor parte de la Olímpica (con globos amarillos y negros) y gran parte de la América, corearan el tradicional: “OLE, OLE, OLE…” cuando un equipo está floreándose en la cancha frente a un rival netamente inferior; ese clásico quedó en el recuerdo de todos como “EL CLÁSICO DE LA GALLINA”.
2011, la mejor campaña en la Libertadores desde 1987
En el Uruguayo 2009/2010, luego de una apertura muy malo, donde el “bolso” nos sacó 10 puntos de ventaja en la Tabla Anual (y ya nos daban por muertos, así como toda la prensa deportiva uruguaya).
Peñarol, bajo la nueva conducción de Diego Aguirre, hace un Clausura casi perfecto, perdiendo solamente 2 puntos (empate con Nacional), por lo que no solo gana el Torneo Clausura, también gana la Tabla Anual (descontando los 10 puntos que tenía de mas Nacional en el Clausura y además, sacándole 6 puntos de ventaja en la Tabla Anual).
Luego de perder la semifinal, en las finales, al ganar una y empatar la otra; Peñarol se queda con el Campeonato Uruguayo 2009-2010, clasificando a la Copa Libertadores.
Comenzaba una nueva carrera hacia la mítica sexta Copa Libertadores de América.
Nuestra serie estaba integrada por Godoy Cruz (Mendoza), Independiente, ambos de Argentina y Liga de Quito de Perú.
Peñarol comenzó jugando de visitante contra Independiente y es derrotado 3-0. Se dice que luego de aquel partido, reconociendo su bajo rendimiento, el golero titular, Fabian Carini habló con el D.T. Diego Aguirre y pidió ser sustituido por quien jugara de titular el resto de la Copa, Sebastián Sosa.
Los pesimistas de siempre (o sea, los “bolsos”), ya nos daban por eliminados, pero en el segundo encuentro contra Godoy Cruz, también de visitante en Mendoza, Peñarol ganó 3-1 y le tapó la boca a muchos que ya nos habían sacado de la Copa. Después Peñarol le gana a Liga de Quito en Montevideo por 1-0; ocho días después, Liga se tomó revancha, venciendo en Quito a Peñarol, de forma clara 5-0.
Dos semanas después, en Montevideo, Peñarol gana su partido contra Godoy Cruz por 2-1, por lo que llegaba a 9 puntos; perdiendo el último partido como local en el Centenario, contra Independiente por 1-0.
Ese día, a pesar de la derrota, quedó marcado en la mas rica historia del Club Mirasol, por ser el día en que se desplegó, por primera vez, la bandera mas grande del mundo; una bandera tan hermosa como impresionante, que cubría toda la tribuna Ámsterdam y gran parte de la Olímpica (mas de 300 metros de largo, por mas de 40 de ancho), sin dudas, ver desplegarse ese monstruoso “trapo”, fue uno de los momentos mas emotivos e imborrables de mi vida como Peñarolense. Peñarol pasa la fase como segundo de su grupo con 9 puntos, detrás de Liga de Quito quien quedó primero con 10.
28 de Abril de 2011, octavos de final (Uruguay) - En octavos nos enfrentamos a Internacional de Porto Alegre, Brasil. El 28 de Abril de aquel recordado año 2011, en el Centenario, Peñarol empata 1-1 con Inter (gol de Corujo), nuevamente “los otros” nos dieron por muertos. A la semana siguiente, teníamos que viajar a jugar a Porto Alegre luego de un empate como local, realmente era un panorama difícil.
04 de Mayo de 2011, octavos de final (Brasil) - Comienza el partido y al minuto, gol de Inter, la cosa de ponía por y en Montevideo yo puteaba con cada bomba que tiraban “aquellos”, festejando lo que por lógica, parecía la eliminación de Peñarol.
Pero se olvidaron de algo, Peñarol es Peñarol, y nuevamente le tapó la boca a unos cuantos (que se tuvieron que guardar las bombas que reservaron para el final del partido); porque con goles de Martinuccio y Olivera, eliminamos del certamen, en su propia cancha, contra todos los pronósticos, al Inter de Porto Alegre, para el periodismo especializado, uno de los equipos favoritos para ganar la Libertadores de ese año.
11 de Mayo de 2011, cuartos de final (Uruguay) - En cuartos no toca Universidad Católica de Chile, un muy buen equipo que en octavos había eliminado a Gremio ganando los dos partidos. Nuevamente jugando primero de local, Peñarol gana 2-0, con goles de los mismos jugadores que marcaron contra Inter en Porto Alegre, Olivera y el Argentino Martinuccio. Ahí los “bolsos” ni hablaban, porque viajamos a Chile con 2 goles de ventaja; pero muchos sabíamos que la “U” de Chile, no sería nada fácil.
19 de Mayo de 2011, cuartos de final (Chile) - Un día después de mi cumpleaños número 53 (mi número de la suerte); Peñarol juega la revancha en Chile. Cuando el partido se puso 2-0 a favor de los chilenos y aún faltaban 20 minutos para el final, “aquellos” festejaron y hasta tiraron bombas; esperaban que llegara el tercero en cualquier momento.
Pero Peñarol es Peñarol; es único, y a pesar de todo y de todos, faltando cinco minutos para el final (como es costumbre para nosotros los Manyas), el “Lolo” Estoyanoff convierte del 2-1 que sería definitivo.
Gracias a ese gol agónico de visitante marcado faltando pocos minutos para el final (como para darle un poco de “dramatismo” a la cosa), Peñarol nuevamente estaba entre los cuatro mejores equipos del continente.
Todos los Manyas estábamos locos de alegría; todavía faltaba, pero faltaba menos y la tan añorada “sexta” Libertadores, estaba mas cerca y se veía cada vez mas posible.
26 de Mayo de 2011, primer semifinal (Uruguay) - La semifinal era con Velez Argentino. Otra vez primero de local en el Centenario, era una locura, el estadio estaba hasta “las manos”, 65 mil personas, la mayoría, por supuesto, Manya.
Ganamos 1-0 con gol de Darío Rodríguez de cabeza al final del primer tiempo; como grité ese gol y los disparates que dije: “36 HUEVOS TIENE DARÍO…, 36 HUEVOS, NO AÑOS, HUEVOS…”; el tipo tiene 36 años (y pico) y hace ese gol, yo estaba como desquiciado y mi familia me miraba sin entender las cosas que decía y lo que hacía, ya que algún golpe que otro se llevó la puerta.
Sé (porque me lo dijo ella misma), que mi esposa me filmó en uno de esos tantos momentos de locura; por aquel tiempo se había viralizado el famoso hincha de River Plate Argentino, el “Tano Pasman” con el famoso: “Estamos en la B…”.
Tanto mi mujer como mis hijos, decían que yo era peor que ese personaje malhumorado, gritón y por momentos, agresivo (y creo que en realidad tenían razón); me pidieron que los dejaba subir el video a Internet, que con eso seguro me hacía famoso. Por supuesto que no los dejé y lo tuvieron que borrar (por lo menos, creo que lo hicieron).
Con esa escasa ventaja de un gol, pero con toda la fe en el equipo, Peñarol fue Argentina; sabíamos que esa revancha iba a ser tremenda, y sin dudas así lo fue.
02 de Junio de 2011, segunda semifinal (Argentina) – La cosa empezó bien, ganando con gol de Mathias Mier y ese gol de visitante nos daba una buena ventaja, porque ahora Velez tenía que hacer 3 goles para eliminarnos.
En los descuentos del primer tiempo, Velez empató; la clásica puteada y maldición, no se hicieron esperar, a esto le siguió una solicitud tan ilógica como incompresible para mi familia: “DAME ALGO, NECESITO ROMPER ALGO…”, gritaba como un desquiciado.
Antes de los 15 minutos del segundo tiempo, Velez hace el segundo; ahí voló algo, no recuerdo bien qué fue, creo que una libreta con lapicera y todo. Ya no me quedaban uñas por comer, los nudillos rojos e hinchados por los golpes a la pobre puerta (que no tenía la culpa).
Faltando 15 minutos para el final del partido, penal para Velez; luego de la puteada y el nuevo golpe a la pobre puerta, siento las bombas de algún desubicado de “aquellos” que deseaban ver a Peñarol fuera de la Copa. Con una fe enorme, tan grande como mis nervios; me dispongo a ver el tiro penal que nos podía dejar afuera de la Libertadores.
Lo iba a patear “el tanque” Silva (autor del segundo gol de Velez en ese mismo partido); por la transmisión televisiva, se ve que cuando Silva acomoda la pelota en el punto penal, se acerca Juan Manuel Olivera y le dice alguna cosa que de inmediato, hace reaccionar a “el tanque”; por la transmisión de la televisión, lo enfocan y se puede leer en sus labios la respuesta: “LA CONCHA DE TU MADRE JUAN…”.
No sabía si mirar el tiro o taparme los ojos; decidí mirar y que sea lo que Dios Quiera; y con todo el respeto del mundo, ese día Dios tenía la amarilla y negra puesta, porque “el tanque” llega a la pelota, se resbala y el balón sale por encima del travesaño del arco defendido por Sebastián Sosa.
El partido sigue; termina y nuevamente, después de 24 años, el glorioso Peñarol estaba en la final de la Copa Libertadores de América, y “aquellos” imaginen dónde se tuvieron que meter las bombas que pensaban tirar ese día.
15 de Junio de 2011, primer final de la Copa Libertadores (Uruguay) - La final era contra el Santos de Brasil. En aquel momento, en el histórico club brasileño (que hizo famoso el rey Pelé en la década del ’60), jugaba un jovencito que ya empezaba a brillar por la exquisitez de su juego y su destreza con el balón; ese joven se llamaba Neymar Jr.
El la primer final, nuevamente éramos locales en el Centenario. El recibimiento de ese día en el estadio fue uno de los mas impresionantes que vi en mi vida.
Lamentablemente, Peñarol no pudo ganar, se empató 0-0 y eso según los entendidos (y “aquellos” que esperaban la derrota porque se morían si Peñarol ganara la sexta Libertadores), dejaban al Santos de Neymar Jr., a un paso de obtener la Copa Libertadores.
Con esa mochila sobre los hombros y mucha esperanza, Peñarol viajó a San Pablo (Brasil), en busca de una nueva hazaña. Y a pesar de todo y de todos, los brasileños (y “aquellos”), sabían que si jugaba Peñarol, todo era posible.
22 de Junio de 2011, segunda final de la Copa Libertadores (Brasil) - Llegó el día tan esperado, el definitivo, el que podía escribir una nueva pagina en la gloriosa historia de Peñarol. Era muy difícil, pero para los aurinegros, nada era imposible.
Seguí el partido por televisión; la puerta y mi puño ya sabían que mas de una vez se iban a encontrar; mis hijos y mi mujer verían el partido conmigo. Previendo lo que podría pasar, sacaron de mi lado, todo potencial “proyectil” que podía volar por los aires.
Laura me pedía que estuviera tranquilo; a cada rato me preguntaba si había tomado la pastilla para la presión; sabía que para mí no era un día mas; Peñarol podía coronarse Campeón de América por sexta vez en su historia.
Durante el partido, a pesar de que Santos tuvo la pelota y fue superior, en el primer tiempo Peñarol se agrupó bien en defensa y sufrió solo un par de situaciones de gol que nuestro arquero, Sebastián Sosa resolvió bien; hasta ahí, mis nudillos y la puerta agradecidos.
Pero a los treinta y pico minutos de ese primer tiempo, Neymar Jr. le metió una plancha “sanguinaria” a la rodilla de Alejandro Gonzalez, que hasta ese momento lo había “borrado” del partido. Este hecho y sus consecuencias, cambiaron el partido y luego de la decisión del Juez, la puerta recibió su primer castigo.
Acá, en Brasil o en Tanganica, esa patada con “mala leche” era para roja directa; pero el Arbitro Argentino lo arregló con una simple amarilla (y un “portáte bien o me voy a enojar mucho contigo). Así, mientras la estrella del Santos siguió en cancha, el defensa que lo estaba marcando y anulando, debió salir con un esguince de rodilla.
Lo que no se arregló con facilidad fue la puerta, porque con la patada que le di (peor que la de Neymar a Gonzalez), casi la arranco del marco.
En el segundo tiempo, ni bien empezó, Neymar (que no debía estar en cancha), convierte y Santos se pone 1-0. Peñarol no parecía reaccionar y Neymar sacó la “pizarra”. Los jugadores (y yo), lo queríamos matar; pero no lo agarraban (y yo desde Montevideo, menos; así que como no tenía nada para tirar por los aires, volvía a “cobrar” la puerta).
Yo puteaba, mi familia me miraba asustada. Santiago se fue, Laura y Agustina me pedían que me tranquilizara; pero era imposible. Después llegó el segundo gol y otra vez cobró la pobre puerta.
Todos en el Estadio Pacaembú, se sentían Campeones; ya nos daban por muertos y acá, en Montevideo, los “bolsos” festejaban como locos.
Pero Peñarol es Peñarol; Diego Aguirre hizo entrar a Urretaviscaya, pero no cambió mucho el partido; estaba mas cerca Santos de hacer el tercero, que Peñarol de empatar.
Faltando 12 minutos, Aguirre le dio entrada al “Lolo” Estoyanoff; en la primer jugada que hace por la derecha con “Urreta”, manda el centro, la pelota da en un defensa y se mete en el arco del Santos; nos pusimos 2-1 y el fantasma que siempre ven los brasileños cuando enfrentan a un equipo uruguayo, rondaba el Pacaembú.
Acá en Montevideo, los “bolsos” temblaban, porque sabían mas que nadie de lo que era capaz Peñarol, porque lo sufrieron muchas veces en carne propia; por un buen rato quedaron en silencio; las bombas que tiraron después del segundo gol de Santos, se silenciaron.
Yo estaba como loco; en ese momento probé al máximo el estado y la resistencia de mi corazón y gracias a Dios, éste respondió a ese cúmulo de emociones.
Era Peñarol, mi Peñarol, el Peñarol de los milagros, el de las hazañas, el de lo imposible; entonces yo pensaba, porqué no podía darse esta vez?
Peñarol se fue arriba y dejó espacios que Santos aprovechó; por suerte, la mala puntería, Sosa o el palo (en un tiro de Neymar), no quisieron que ellos hicieran el tercero. En esa pelota que dio en el palo de Neymar, miré para todos lados y cuando mi señora me preguntó que buscaba, le dije (o le grité): “NECESITO ROMPER ALGO…”.
A pesar de que Neymar hizo su show de simulaciones, el Juez Argentino dio solo 3 minutos de descuento. Cuando Peñarol tenía un tiro libre a favor y faltaban 10 segundos para que se cumplieran los 3 minutos descontados (tenía el presentimiento que empatábamos y éramos Campeones), el juez pitó y dio por terminando el partido (no dejó patear el tiro libre porque si empatábamos, lo mataban).
Hubo algunos empujones entre los jugadores, pero por suerte, no pasó a mayores.
Santos, además de Neymar Jr., tenía dos jugadores con nombres algo peculiares: “Ganso” y fundamentalmente “Elano”. El la transmisión, cuando el relator decía: “LA PELOTA PASA POR ELANO…”, no sonaba muy bien. O cuando casi al final del partido, salió “Ganso”, anunció: “ENTRA PARÁ POR GANSO…”, parecía joda.
En casa, destruido, con los ojos llenos de lágrimas, perdoné a la puerta, no tiré nada por los aires y vi con mucha pena, la premiación. Peñarol era vice Campeón de América y era un orgullo, pero no era lo mismo que ganar la sexta Copa Libertadores; no era lo mismo.
Recuerdo que en la premiación, cuando le tocó recibir la medalla de segundo al “Canario” Aguiar, se la colgaron del cuello y de inmediato se la sacó y con una calentura tremenda, la revoleó por los aires. No se si después la fue a buscar, pero yo la vi volar lejos.
2014, goleada histórica, Peñarol 5, Nacional 0
Ese día fue una fiesta; recuerdo que ese clásico lo vi por televisión y fue tremendo; no necesité golpear ni tirar nada, porque ganamos sobrados.
27 de Abril de 2014, goles de Salayeta, Macaluso, el “Japo” Rodríguez y dos del “canario” Aguiar; el pobre Munúa se cansó de ir a buscar la pelota al fondo de su arco.
Cada gol que hacía Peñarol, mis gritos se sentían a kilómetros de distancia.
Por la televisión veía como Fosatti se persignaba y parecía agradecer al cielo por cada conquista aurinegra. La diferencia pudo haber sido mayor, si no fuera por un par de errores del “Lolo” Stoyanoff, que en mas de una ocasión muy propicia para convertir, buscó el gol propio en lugar de pasarla a algún compañero mejor ubicado.
Sin dudas, un día inolvidable para todo Manya; y por mas que digan que “ellos”, no se en qué año, nos hicieron seis, yo puedo decir cada 27 de Abril, que viví el 5-0 de ese clásico, lo otro, es historia.
2015, Diciembre, visita inesperada a la obra del “Campeón del Siglo”
Toda la familia, Laura, Agustina, Santiago y yo, conocimos por casualidad, al “Campeón del Siglo” antes de estar terminado.
Un domingo a fines de Diciembre, salimos de paseo y fuimos a ver las obras Estadio de Peñarol. Por supuesto no se podía entrar ya que estaba en plena construcción, pero cuando nos estábamos sacando fotos desde afuera, con la obra del “Campeón del Siglo” de fondo (al igual que otras 20 o 30 personas mas), se acercó una muchacha con un casco blanco (arquitecta o ingeniera, no lo sé), y al vernos tan emocionados por la magnitud del Estadio y todo lo que significaba para nosotros, le dijo al guardia que nos dejara pasar a todos.
Nos dieron cascos amarillos para nosotros y los demás que estaban afuera, y la chica aquella, tan amable (y seguramente, Manya como todos nosotros), nos acompañó en un tour por la obra, donde pudimos ver y sacarnos fotos en los alrededores y en lo que después sería la tribuna Gastón Guelfi, con la cancha de fondo (con el césped aún sin colocar), y la tribuna principal (ahora la Frank Hemderson), con sus impresionantes palcos a medio terminar, las butacas amarillas y negras que empezaban a formar la figura de logo “Campeón del Siglo”.
Sin dudas, un día maravilloso e inolvidable, gracias a la buena voluntad de aquella chica encargada de la obra, que nos abrió las puertas y nos dejó vivir la emoción de ver los trabajos en obra de lo que hoy ya es una hermosa realidad; nuestra casa, nuestro templo, la casa de todos los Aurinegros, el gran Estadio “Campeón del Siglo”.
2016, inauguración del Estadio FIFA “Campeón del Siglo”
El 28 de Marzo de 2016, no fue un día mas para los que llevamos en el corazón la amarilla y negra; ese día se inauguró nuestro Estadio, el “Campeón del Siglo”. Una fiesta inolvidable que lamentablemente, por motivos económicos, tuve que seguir por televisión.
Tremendo despliegue de tecnología y efectos especiales, que sin dudas asombraron al mundo entero.
Fue emocionante ver a mi ídolo de toda la vida, Fernando Morena, vestir nuevamente la camiseta de Peñarol, entrar a la cancha y convertir ese primer gol simbólico en el nuevo Estadio aurinegro; lo grité en mi casa como si fuera un gol verdadero, un gol que nos daba una nueva Copa Libertadores o una Intercontinental.
Otro momento conmovedor, fue ver a los grandes Capitanes de las gestas mas importantes de Peñarol; de las Libertadores: Williams Martinez, “Tito” Goncalvez, el “Indio” Olivera y Eduardo Pereira; de los quinquenios: “Tito” Goncalvez y Pablo Bengoechea.
El partido inaugural contra River Plate de Argentina, fue justamente eso, un partido inaugural; a pesar de que a nadie le gusta perder, no se jugaba por nada y así se vio reflejado en la cancha. Peñarol goleó a River 4-1, siendo el hecho mas relevante, que el primer gol en cancha, fue convertido por Diego Forlán.
2018, primer “Día del Hincha Aurinegro”
Mi hija menor Agustina, me regaló para mi cumpleaños (adelantado, porque cumplo el 18 de mayo y este evento fue el 7 de abril de 2018), la entrada para ir (con ella, por supuesto) a la primera edición del “Día del Hincha Aurinegro”, donde todos los Manyas teníamos la posibilidad de recorrer cada rincón de nuestro Estadio, nuestra casa, el maravilloso “Campeón del Siglo”.
Ese día, sin dudas, quedó grabado en mi corazón como uno de los mas importantes de mi vida; iba a conocer por dentro, en cada detalle, el estadio de Peñarol, ese que durante tanto tiempo, todos los peñarolenses soñamos con tener; ese que aquellos otros (los del “otro cuadro”), siempre dijeron que nunca íbamos a tener, y ahora, para envidia de muchos, tenemos el mejor Estadio del Uruguay y uno de los mejores de América; un estadio hermoso y exuberante Estadio FIFA.
Pero además, aquella visita al “Campeón del Siglo” tenía otro fin, un fin tan anhelado como el de ver terminado el Estadio de mi querido Peñarol.
Ese otro fin, era ver y poder sacarme una foto con mi ídolo de toda la vida, el inigualable Fernando Morena. Para lograr esta “misión imposible”, luego de luchar contra una multitud que quería lo mismo, entre empujones y gritos, logré acercarme a Morena.
Cuando Agustina recrimina mi actitud (reconozco algo loca y desesperada por querer acercarme a mi ídolo, simplemente le dije: “ESPERÉ MAS DE 30 AÑOS PARA SACARME ESTA FOTO…”; después le grité: “NANDO” como si fuera un amigo de toda la vida (era la primera vez que lo tenía tan cerca), le pasé la mano por sobre el hombro (lo abracé con el alma) y Agustina me sacó la foto con el culpable de que tantas veces, mi garganta sufriera por gritar sus goles, el gran Fernando Morena.
Si vieran la cara de felicidad que tengo en esa fotografía, con los ojos brillantes por alguna lagrima que quería escaparse por la emoción, comprenderían el enorme significado que la misma tiene para mí y lo agradecido que estoy a mi hija, por cumplir uno de los mayores deseos de mi vida.
Tiempo después, me enteré que Agustina había intentado contactar a Morena para cumplir mi sueño de conocerlo personalmente, incluso averiguó dónde vivía; pero no lo pudo lograr.
Recorrimos cada rincón del Estadio, pero yo quería pisar la cancha y eso estaba prohibido; entonces mientras Agustina me hacía de “campana”, me tiré al piso y arranqué un puñadito de pasto de la cancha, que aún conservo en una cajita, como trofeo y recordatorio de nuestra visita al “Campeón del Siglo” en el primer “Día del Hincha Aurinegro”.
2019, resumen final
Nací en 1958, primer año del “Quinquenio de oro” de Peñarol; mi tercer hija nació en 1987, año en que ganamos la última Copa Libertadores de América y año del recordado e inigualable partido clásico ganado por Peñarol del “8 contra 11”; mi cuarta hija mujer nació en 1997, último año del segundo “Quinquenio” de Peñarol.
Mi primer hija nació en Febrero de 1983; por pocos meses (y quizás por eso se pasó para el “bolso”), nacía en el año en que Peñarol obtuvo su cuarta Copa Libertadores y su tercer Copa Intercontinental.
Hoy con 60 años, sigo siendo tan hincha apasionado como lo era a los 12, 20 o 30, y si le preguntan a mi mujer o a mis hijos, tal vez hasta mas fanático que antes.
Por esta pasión tan grande que tengo por Peñarol, he vivido momentos inolvidables e incomparables, he vivido hazañas inigualables, milagros incomprensibles, me he enojado mucho y he vivido tremendas alegrías; pero también, esa misma pasión me ha llevado a situaciones no tan agradables, sobre todo con mi propia familia.
Por ejemplo, mi único hijo varón, Santiago (hoy tiene 17 años), no va al fútbol conmigo, y no es porque no le guste, le encanta el fútbol y le encanta jugarlo (es muy bueno, con mucha garra defendiendo y muchos reflejos atajando, pone y deja todo en la cancha, ideal para jugar en el Manya), pero debido a mi locura y mis reacciones, muchas veces irracionales siguiendo los partidos de Peñarol, cuando Santi era chiquito (7 u 8 años), lo impresioné tanto con mis locuras, que dejó de ver los partidos conmigo. Por supuesto que es Manya y sigue al aurinegro, pero lamentablemente, no mira mas los partidos, ni va al “Campeón del Siglo”.
En ese caso, mi compañera y ferviente hincha aurinegra (casi, casi, tan fanática como yo), es mi hija mas chica (de las 4 mujeres que tuve), Agustina, de 21 años.
Ella va a todos los partidos del Manya conmigo; por televisión vemos todos los que, por algún motivo, no podemos estar presentes; tiene toda o casi toda la indumentaria y accesorios de Peñarol; sufre cuando perdemos y desborda de alegría cuando ganamos; sin dudas ella lleva el “oro y carbón” en sus venas como yo.
Lo mismo pasa con otra de mis hijas, la segunda, Lorena. Ella es otra Manya genuina, de corazón. Va a todos los partidos, es socia y tiene los colores amarillo y negro en la piel.
La única “decepción” (a pesar de que la amo con toda mi alma), fue mi primer hija, la mayor, Paola; siendo de chica Manya (como no podía ser de otra manera), cuando se puso en pareja, quiso el destino que el muchacho fuera fanático de Nacional. Y bueno, como dice el refrán: “calavera no chilla” (aunque no puedo negarlo, me dolió mucho), Paola, al igual que pasó con Laura (mi mujer), en su momento, debió elegir entre el amor y su equipo; lamentablemente, en este caso (desde mi punto de vista aurinegro y para nada objetivo), eligió mal y se “cambió de bando”.
Ese día me dejó su camiseta de Peñarol, la que aún atesoro añorando los años en que ella era Manya como toda la familia.
Ahora tengo dos nietos hermosos, Valentino y Tiziano, pero que también, no por decisión propia, sino por influencia de sus progenitores, son “bolsos”.
Esto me recuerda una anécdota; cuando nació mi primer nieto Valentino, por supuesto le regalaron todo el equipo de Nacional. Un día me lo quisieron dar en brazos, pero como tenía el equipo de Nacional puesto, no quería ni tocarlo (pobrecito).
Entonces a mi esposa Laura, se le ocurrió comprarle una campera de la selección Uruguaya, porque ninguno disfrutaba tener al niño en brazos, si tenía esos colores; por eso la solución brillante de mi señora esposa, cuando estaba con “esa” camiseta, le poníamos la campera de Uruguay (y con ella tapábamos los otros colores), y a partir de ese momento, todos los Manyas de la familia, pudimos disfrutar tener en brazos al pequeño Valentino.
Mi otra hija, Andrea, lamentablemente ya no está con nosotros físicamente, aunque sigue siempre presente en nuestros corazones; ella que se fue con apenas 12 años y hoy tendría treinta y pico; estoy seguro que, desde el lugar donde Dios la está cuidando, con todo el respeto del mundo, tiene la amarilla y negra puesta.
Decano del fútbol Uruguayo (nacido en 1891, aunque a otros les duela, la historia y los documentos oficiales así lo prueban); 5 veces Campeón de América, 3 veces Campeón del Mundo (Intercontinental); Campeón del siglo XX, 52 campeonatos Uruguayos y otro sinfín de copas, glorias y hazañas inigualables (y muchas veces incomprensibles por quienes no sienten estos colores), hacen a Peñarol, el equipo Uruguayo mas grande de todos los tiempos y uno de los mas grandes de todo el Mundo.
A mi padre no le gustaba mucho el fútbol (era “tano” y solo seguía a la selección Italiana), pero cuando era chico, recuerdo los dos Banderines que durante muchos años estuvieron colgados a la entrada del taller de mi viejo: “C.A. PEÑAROL TRI CAMPEÓN DE AMÉRICA 1961, 1962, 1966”; “C.A. PEÑAROL CAMPEÓN DEL MUNDO 1966”.
Lamentablemente nunca pude ser socio de Peñarol como siempre lo soñé. Cuando empecé a trabajar (a los 18 años) me dije: “Ahora si me hago socio de Peñarol”, pero como ganaba muy poco, tampoco pude lograrlo.
Cuando con Laura, mi esposa, seguimos todo el quinquenio desde 1993 a 1997, y se acercaba el momento de su concreción, le dije: “Si Peñarol gana el quinquenio, me hago socio…”. Por suerte, el Manya ganó el quinquenio, pero lamentablemente, siempre por motivos económicos, no pude cumplir mi sueño de ser socio de Peñarol.
Ahora quiero dejar este humilde testimonio de mi pasión por este equipo de fútbol que me ha dado tantas alegrías, mi querido Peñarol.
Por eso digo que: “SOY MANYA HASTA LOS HUESOS, ORO Y CARBON LLEVO EN MI SANGRE”.
ARRIBA EL MANYA, CARAJO!!!